Estamos acostumbrados a escuchar que lo bueno, lo moderno, lo progresista, es “mirar al futuro”. Es el nuevo mantra de la democracia. Lo repiten hasta que nadie pueda dudar de ello. En campañas electorales. En anuncios televisivos. Es el eslogan de la modernidad. El dogma de fe de quien quiera ser aceptado en los cenáculos de la indecencia, la usura y la traición.
Casi nadie se ha dado cuenta de la vileza que esconden estas palabras, este martilleo, este “mirar al futuro”. Lo que quieren decir, en realidad, es que debemos vivir sin pasado. Sin raíces. Sin fe. Sin patria. Sin familia. Sin cultura.
Sin alma.
Por eso, La Falange quiere devolverle al pueblo español –a lo que queda de él- las raíces de las que lo han –te han, nos han- despojado.
Queremos ser la semilla del patriotismo nuevo (pero viejo). Porque ser españoles es nuestra forma de heroísmo, una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo. Porque queremos la España vieja y eterna, la que nunca muere, la que está por encima de intereses de clases o de intereses egoístas. Porque La Falange tiene sed de eternidad y nos han cortado las raíces.
Queremos ser la voz de la conciencia que les recuerde a los españoles lo que sus abuelos ya sabían: que la persona debe nacer, crecer y vivir arropada en una familia nueva (pero vieja), y que la peor de ellas siempre será mil veces mejor que la mejor de las soledades. Porque queremos que las carcajadas de los niños españoles sean el mejor himno nacional.
Queremos trabajo digno. Y si lo moderno es ser una mercancía en manos de empresarios sin escrúpulos, y aceptar que como mínimo uno de cada cinco españoles no pueda trabajar y ver cómo los indecentes se forran a tu costa, que se oiga bien: no queremos ser modernos.
No queremos mirar a ese futuro.
Por eso, a los que hablan de progreso, a los que adoran el “futuro” y nos inundan de frases cursis en este mar de cantamañanismo insufrible llamado democracia, a los que han olvidado a su patria –mañana abandonarán a sus padres- porque está enferma, a ver si son capaces de mirar a sus abuelos a la cara y decirles que ellos son mejores.
Quizás, ese día, empiecen a mirar al pasado.
Y allí estarán, como siempre, el yugo y las flechas.