No nos gusta España, y por eso la amamos, como dijo hace ochenta años el hombre que soñó la España que nosotros queremos. Una patria tan noble, tan sublime, tan excelente, que nadie entiende. 

Nadie nos entiende, y esa es nuestra grandeza. Nadie entiende que ochenta años después de que te mataran los que no te entendían, José Antonio, los falangistas vuelvan a caminar durante toda la noche, siguiendo la guía de las estrellas, para llevarte las flores regadas por tus ideas, durante tanto tiempo incomprendidas.

Por eso no nos gusta esta España, donde ser traidor a la patria se paga bien, y donde toda indecencia tiene su asiento.

No nos gusta esta España sin españoles, estos trabajadores sin trabajo, estos padres sin familia y estos hijos sin padres que caminan por tus plazas, antes llenas del griterío de los niños y las carcajadas de una infancia que conocía bien el significado de las palabras inocencia y alegría. 

No nos gusta la soledad de los viejos, que no maquilla esta sucia democracia con sus imsersos y sus viajes a Benidorm. No nos gustan estas ciudades monstruosas, feria de vanidades, con las que habéis destruido las raíces de un pueblo que hasta hace poco llamaba a la tierra su tierra, y a la patria su patria. 

No nos gustan las salas de espera sin esperanza de la sanidad que vosotros llamáis pública, y nosotros nacional. No nos gusta la pornografía o porno basura con la que envenenáis a este pueblo español antes religioso y militar, para que se desahogue frente a su ordenador y de espaldas a su conciencia de la vida de mierda que -con vacaciones en Marina D’Ors, eso sí- le habéis dado.

No nos gusta que creáis que podemos vivir sin fe, sin familia, sin trabajo, sin patria y sin justicia -valga la redundancia-, y que a cambio nos hayáis dado un iPhone de última (de)generación, un matrimonio exprés acompañado de una VISA sin fondos y un piso de alquiler para volver a ser súbditos del señor feudal, digo del banco, digo de la hipoteca, digo de la madre que os parió.

No nos gusta la ropa que obligáis comprar a nuestras adolescentes  en vuestras tiendas, para robarles la niñez y hacerles creer que la vida es otra cosa, y que pensar en formar una familia es cosa de la abuela, que estaba oprimida y nunca pudo hacer topless.

No nos gusta el ridículo que hacen nuestros gobernantes -perdónenme el eufemismo- cada vez que salen por el mundo a arrodillarse al mejor -o al peor- postor.

No nos gustan vuestras urnas, que son cartas marcadas por el diablo, no nos gustan vuestro «Estado español» en vez de España, vuestro «ciudadanía» en lugar de pueblo español, no nos gusta vuestro patriotismo al por menor, vuestra raya de coca bajo el escaño del congreso, vuestro teléfono siempre ocupado excepto para lo que realmente importa: la patria, los españoles. El bien, la verdad. La justicia. Lo que importa y habéis olvidado. Lo que importa y no aparece en vuestro diccionario, entre la t de traidores y la d de desleales.

Nos da asco esta España vuestra, la del Euribor y la del vuelva usted mañana, la de las preferentes y la del ya le llamaremos, la del de a qué hora volviste anoche, hija, y la del no me da la gana, la España zafia, grotesca, encanallada del paro, la telebasura, la traición y el puticlub de carretera.

Nosotros caminaremos, un año más, toda la noche, bajo las estrellas que limpian nuestros sueños, hacia el rocío de la mañana que dé la bienvenida a tus ojos que nunca dejaron de ver la luz, José Antonio, esa luz que derramaste sobre nuestros sueños de una España libre y grande, triunfante, para recordar, con nuestro silencio de marcha nocturna, que hay futuro, que hay esperanza, que existe España.

La Falange de Cantabria

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