La ciudad extremeña de Don Benito acogió un excepcional homenaje a Eduardo Ezquer con presencia de sus familiares, en el que participaron, Norberto Pico y Manuel Andrino y que sirvió de presentación de la reciente obra de nuestro camarada José Luis Jerez Riesco sobre la vida de este distinguido falangista: «Eduardo Ezquer. El rebelde indómito de la Falange»
Palabras de José Luis Jerez Riesco:
¡Amigos y camaradas de la Falange Extremeña!
Me vais a permitir, que reconozca en vosotros, a los herederos legítimos de las escuadras de Hernán Cortés, bautizadas así por la admiración, simpatía y el cariño, que José Antonio Primo de Rivera, percibió en el afán de servicio, de aquellos hombres duros, íntegros, decididos y leales, naturales de esta tierra hospitalaria de caballeros, donde, según el genial escritor Rafael García Serrano, nacían antaño los “dioses” forjadores de Imperios.
Pensad, que, en este mundo cobarde y avaro, parafraseando la vieja estrofa del primitivo himno de las JONS, sois la estampa de los representantes de nuestros antiguos camaradas, viejos e incansables luchadores, que con espíritu de disciplina y sacrificio, nos marcaron la senda rectilínea del ideario nacional-sindicalista.
Me unen, con esta tierra, de bravura sin par, vínculos familiares y afectivos, de proximidad y compenetración plena.
En este solar extremeño, entre las gentes de notorio arraigo que pueblan sus campos de dehesa, viñedo, regadío y olivar, cada año, sin faltar nunca a la cita, paso largas temporadas, que a mí siempre se me hacen breves, donde escribo libros, como el que hoy se presenta ante vosotros: “Eduardo Ezquer, el rebelde indómito de la Falange”, que fue redactado, íntegramente, durante los meses cuando apretaba la canícula, del pasado estío.
No hace falta insistir, que soy, como en su vida lo fue Ezquer, un romántico enamorado de Extremadura, con cuyas tradiciones y cultura secular me identifico, porque entre sus piedras labras y la manera de ser de sus habitantes, encuentro y descubro, a cada paso y en cada recodo, la esencia genuina de la Hispanidad.
Eduardo Ezquer fue un rebelde genuino y auténtico, de ahí el título de esta obra, que narra su biografía y recopila la antología de los textos escritos por él, que permanecían recónditos y olvidados.
Ezquer, era un rebelde, en el sentido literal y etimológico de la palabra.
La palabra “rebelde”, procede del verbo latino “rebellare”, que está compuesto por el prefijo “re”, que indica “de nuevo”, o bien, “otra vez”, y del verbo “bellare”, que significa “guerrear”, raíz de la que se deriva, por ejemplo, el término castellano “bélico”, que empleamos habitualmente para referirnos a todo lo relacionado con el arte de la guerra; o “belicoso”, cuando queremos hacer alusión al guerrero o a la persona franca, bizarra, varonil o marcial.
Creo que la palabra que mejor define la personalidad de Ezquer es la de ser un rebelde, un luchador indomable e infatigable, que hizo de su vida una permanente cruzada, en defensa de los grandes y nobles principios que dignifican al ser humano.
Rebelde es no doblegarse, ni estar condicionado, por los convencionalismos al uso; es la persona que elige su propio destino y acepta, voluntaria y conscientemente, los riesgos que entraña lo desconocido e inexplorado, como hicieron en el pasado los Conquistadores que partieron de estas latitudes.
Rebelde, como lo fue Ezquer, es aquel que tiene las agallas de alzarse contra quien intenta imponer, por métodos violentos o con añagazas sutiles, conductas inapropiadas y que no se aceptan porque le repugnan.
Rebelde es aquel que está dotado de una voluntad firme, perseverante y combativa, que se opone, con todas sus fuerzas, contra las imposiciones sin fundamento, contrarias a causas justas.
Uno enarbola la bandera de la rebeldía, cuando se subleva y opone resistencia y no se deja domeñar por la sin razón del poderoso.
Eduardo Ezquer, tenía un elevado espíritu de rebeldía, facultad que poseía de forma natural y acendrada.
La rebeldía es uno de los atributos de los espíritus arriesgados, sanos y juveniles, y lo contrario es signo de decrepitud.
El rebelde busca, por lo general, la verdad y no tolera la injusticia, por eso se rebela contra la tiranía social, establecida y asentada por la anticultura que le viene impuesta.
Por ello Ezquer supo romper los esquemas estereotipados y combatió, con fuerza y resistencia, contra los falsos paradigmas impuestos por los acomodaticios, buscando siempre, con su actitud insumisa, la adecuación de su ideario a la rectitud de sus principios, que él consideraba inalienables.
Su actitud fue inconformista y supo nadar contracorriente.
Como rebelde nato, Ezquer supo oponer resistencia a las debilidades, temores y prejuicios, que anidan frecuentemente en el espíritu de los pusilánimes, para encontrarse a sí mismo, con su noble y acerada conciencia, librando duras y firmes batallas, tanto interiores como exteriores, para alcanzar los propósitos que le impulsaba su dinamismo, desde lo más hondo de su ser.
Fue, permitidme el símil, como el águila zahareña, o como el hombre díscolo y renuente, incapaz de doblar el espinazo ante la iniquidad.
A Eduardo Ezquer no le tembló el ánimo, ni el pulso, cuando tuvo que denunciar situaciones injustas, o por mantener su recto y racional criterio, frente a los opulentos y poderosos, maestros del engaño y la mentira, servidores sin escrúpulos del Dios Mamón, que es el ídolo supremo del universo de los dóciles, cobardes y menesterosos de hoy, que pueblan castrados la granja o el rebaño estabulado en el que se han convertido la mayoría de los pueblos del degradado y conformista planeta tierra.
Por ello, al sustantivo rebelde, para calificar el perfil de Eduardo Ezquer, añadí el adjetivo “indómito”, que por su fuerza expresiva se aplica, a veces, a las tempestades de la Historia.
En este libro de Ezquer encontrareis el digno y secreto encanto de la diferencia y de la discrepancia, pues, sólo cuando se encuentra un camino, alternativo y satisfactorio, se puede marchar, con paso firme, hacia adelante.
Sería, por mi parte, un despropósito desvelar, aquí y ahora, en la presentación del libro que trata sobre la biografía de Eduardo Ezquer, en Extremadura, los arcanos que encierra. Ellos deben ser descubiertos por vosotros, sus lectores, los que os acerquéis al texto con mentalidad abierta y rebelde.
Suscribo y me remito a las palabras pronunciadas, por quienes me han precedido en este homenaje a Eduardo Ezquer, en el uso de la expresión verbal.
Pero me gustaría añadir, brevemente, algunos matices, hacer ciertos comentarios y apuntar algunas situaciones, que me llamaron poderosamente la atención, cuando indagaba y trataba de plasmar, negro sobre blanco, esta biografía de referencia, de un hombre tan fiel, sincero y singular, en el marco de su interpretación del ideario falangista.
Comenzaré por el lema primordial, el “santo y seña”, que utilizó Ezquer, como expresión de sus aspiraciones inmediatas y con el que terminaba, con frecuencia de ritual y broche de despedida, las cartas y escritos a sus camaradas y allegados.
Era una consigna lacónica, que invocaba con fuerza y sentimiento, que llevaba impresa en su alma y que resultaba un banderín de enganche para sus camaradas y decía de forma simple y escueta: “Por el Pan y el Honor”.
Pan y Honor, eran dos soportes básicos, que le impulsaban a Ezquer a continuar, a toda costa, hasta ver hecha la realidad de encontrar en el Pan, el alimento de la Justicia social, y en el Honor la norma de conducta suprema.
También me sedujo, en las octavillas que utilizó en su propaganda, cuando, como reclamo, extrapolaba, en tres palabras, la síntesis de su propia personalidad, para darse a conocer a sus paisanos, tales como “Sencillez, humildad y ejemplo”, o bien , “Realidad, pureza y honradez”, que fijaban, en tres rasgos, como tres fogonazos, el perfil esencial de su carácter.
Me recordaban aquellas espontáneas palabras, utilizadas por Ezquer, que le brotaban del alma, los tres principios generales del derecho, divulgados en la antigüedad por los romanos, que encerraban la trilogía del “vivir honestamente”, “no dañar al prójimo” y “dar a cada uno lo que le correspondiese conforme a sus merecimientos”, que eran toda una filosofía de vida y rectitud imperial.
El lema adoptado para sus campañas políticas, fue simple y ejemplar: “No tengo cadenas que me encadenen y gozo de manos y bolsillos limpios. No tengo sueldos, subvenciones y nombramientos a dedo, ni los quiero, presentándome a pecho descubierto con mi historia y conducta…Si soy elegido por vosotros, lo será por el pueblo y su Revolución Nacional Sindicalista”.
Me llamó poderosamente la atención, una de las anotaciones que figuraban en el reverso del documento clandestino de identidad, que portaba en su cartera de bolsillo, utilizado por los camaradas comprometidos con la rebeldía, los arriesgados activistas de la Ofensiva de Recobro Nacional Sindicalista, que decía, sin más, y nada menos, lo siguiente: “Ni me manches, ni me enseñes, ni me pierdas” y remataba, escrito con letras mayúsculas, con otra advertencia definitiva: “NI TE DOBLES”.
Era esa última expresión, “ni te dobles”, una palabra de orden a la medida de los héroes y de los mártires.
Les podrían sus enemigos abatir, aniquilar, degollar, encarcelar o destrozar. Pero no conseguirían jamás doblegarles de sus firmes convicciones, ni de sus ideales superiores, a los que habían prestado juramento.
Ezquer, destacó, ya tendréis tiempo de leerlo, por su fuerza, su firmeza y su valor, desde la más tierna adolescencia.
Era oriundo de Aragón, de ascendencia Navarra, concretamente del Valle del Roncal, extremeño de alma, corazón y vivencia y español de pro.
Enérgico, castizo y señorial, de familia de raigambre, que el revalidó con su ejecutoria.
No es baladí recordar que el 14 de mayo de 1930, a la edad de 30 años, el Rey Alfonso XIII, le concedió la Cruz de Caballero al Mérito Civil.
Durante la oprobiosa República, Eduardo Ezquer fue uno de los intrépidos valientes, que se enfrentó, con arrojo y pundonor, en las calles de Madrid, a las turbas, el día 10 de mayo de 1931, en la aciaga y turbulenta jornada de la quema de iglesias, monasterios y conventos, un mes después de proclamada la Segunda República en España, desafiando con su gesto, de forma airada y valiente, a los pirómanos convertidos en jauría humana, como si de un gladiador romano se tratase, resultando lesionado, con heridas contusas de pronóstico reservado, en la calle Serrano de Madrid, siendo asistido en la Casa de Socorro.
Aquella arrojada intervención de Eduardo Ezquer se saldó, por parte del masónico Gobierno republicano, con el destierro, de aquel joven temerario, a una distancia no inferior de 250 kilómetros de la capital de España, recalando entonces en Extremadura, y, concretamente, en la laboriosa localidad de Don Benito, de la provincia de Badajoz, en las Vegas Altas del Guadiana, ciudad en la que asentaría su futuro hogar y cuyas tierras bermejas, en la cuna de los Conquistadores, le sirvieron de bastión y escenario principal de sus luchas y afanes venideros.
En el año 1933, al fundarse por José Antonio, Falange Española, Eduardo Ezquer se afilia, desde el primer instante, a la primera llamada, en cuanto escuchó el primer toque agudo del clarín, anunciador del nuevo amanecer.
Desempeñó los cargos de Jefe Local de Don Benito, fue Triunviro Provincial, nombrado por José Antonio y Primer Jefe Provincial de Badajoz, al tiempo que fue designado Consejero Nacional, en los dos Consejos que se celebraron en Madrid, bajo la presidencia de José Antonio Primo de Rivera, en 1934 y 1935, donde se consolidó la doctrina falangista y la estructura de la organización.
Sin querer dar a mis palabras ninguna intención de hipérbole, las escuadras de “Ezquer y su gente”, con su jefe al frente de las milicia, fueron las más aguerridas y luchadoras de la Falange en España, y así lo reconoció, públicamente, el Jefe Nacional de la Falange.
Ezquer fue citado por José Antonio, como Jefe de Escuadras ejemplares, en Barcelona, Villagarcía de Arosa y en otros puntos de sus peregrinaciones y cuenta con el mayor numero de citas dispensadas en los periódicos de combate de Falange, tanto en el semanario “E.” como después en “Arriba”, donde apareció publicado el famoso artículo titulado “Ezquer y su gente”, que despeja cualquier clase de dudas sobre su entrega a la Causa.
Las hazañas de aquellos hombres y de su tenaz e indómito jefe de filas, aparecen como cita obligatoria en la historiografía sobre la Falange, como queda reflejado en la “Historia de la Cruzada Española”, de Joaquín Arrarás; en la “Biografía apasionada de José Antonio”, de Felipe Ximénez de Sandoval; en la obra “El Madrid de Corte a Checa”, de Agustín de Foxá; en el libro “Vieja Guardia”, de Montes Agudo” o en el libro de Stanley Payne, “Falange Historia del Fascismo Español”, y pido disculpa por citar ahora, como colofón de este ramillete de textos, el libro de mi autoría sobre la “Historia de La Falange de Extremadura”, donde Eduardo Ezquer ocupa, por su relevancia y mérito, un lugar destacado entre los principales protagonistas de la epopeya de la Falange en el solar de los Conquistadores.
Las calles y rincones de esta localidad, lo sabéis bien los nativos, fueron testigos mudos de cómo se batió Ezquer, con honor el capitán de aquellas escuadras falangistas, por mantener enarbolada la vieja bandera desgarrada, roja y negra, con el emblema de las flechas yugadas, del escudo de los Reyes Católicos, que enarbolaban en la lid, plenamente convencidos, que a los osados les ayuda la fortuna, puesto que estaban persuadidos que quien no se expone, no se impone.
Los camaradas bajo su mando, impulsados por la consigna de las viejas JONS en la pelea que decía: “No parar hasta conquistar” o por el atrévete y vencerás, pues eran conscientes que era necesario el acometer para vencer, con el que se les exhortaba en las innumerables refriegas, que mantuvieron para no arriar ni permitir que se vulnerasen los valores espirituales y patrióticos, defendidos por la Revolución Nacional.
Eduardo Ezquer fue, por su carácter indómito y firme, perseguido con saña y desterrado de la provincia de su residencia, Badajoz, en 1935, lo que provocó el relevo de su jefatura, el 16 de enero de 1936.
Los primeros meses, que siguieron al glorioso Alzamiento Nacional, los pasa en Madrid, donde los milicianos del Frente Popular le buscan como auténticos sabuesos, como fieras, para su eliminación mediante su asesinato fulminante, en caso de haber sido localizado y detenido, en la pensión Rolmo, en la calle Giménez de Quesada nº 2, de Madrid, semiesquina a la Gran Vía, propiedad de don Pedro del Real del Olmo, padre de del jovencísimo camarada Pedrito del Real Arribas, quien moriría asesinado por los rojos.
Durante los cuatro primeros meses de la contienda, Ezquer jugó en las calles de la capital al ratón y el gato, sin dejar la pistola fuera del cinto, paqueando en medio de la tormenta de fuego y terror comunista, hasta que logró asilo político y refugio en la embajada de México, permaneciendo asilado en dicha legación diplomática, con su familia, hasta el 15 de marzo de 1937, que logró, con la ayuda y los buenos oficios de los funcionarios de la Embajada, salir de Madrid y embarcar rumbo a Francia, para pasar inmediatamente a la España Nacional, instalándose en Salamanca.
Fijo su residencia familiar, a partir del 17 de agosto de 1937, en el pueblo de Béjar, tierras del mítico Viriato, al sur de la provincia salmantina, pero su liberación no estuvo exenta de complicaciones, por su natural rebeldía, y tuvo que sufrir nuevas detenciones y estancias en la cárcel, por su honrosa intransigencia, cuyas vicisitudes se narran con detalle en la obra que hoy se presenta.
Escribe, durante el periodo bélico, artículos en los periódicos locales de la Falange, mantiene una intensa correspondencia con viejos camaradas y reivindica la pureza y el rigor de los orígenes fundacionales, sin regateos, componendas, ni concesiones.
Los artículos de Ezquer, publicados durante la Cruzada de Liberación, bajo los epígrafes “Barrenando” o bien de “Cartel”, que ahora se reproducen en la antología de los textos que complementan su ejemplar trayectoria vital, llevan títulos muy elocuentes y significativos, tales como “Serenidad”, “Interinidad”, “Austeridad”, “Penetremos en el proletariado”, “Verdor”, “Octubre, pasión y resurrección”, “Disciplina”, “Revolución”, “Sin trecho”, “De frente y hacia arriba”, “Virtudes de la Falange: Obediencia y alegría” o uno que parece escrito esta misma tarde, titulado “La Unidad Española en la Revolucion Nacional-Sindicalista”, por citar tan solo algunos de sus enunciados, a los que hay que añadir, los inéditos escritos, redactados en la más estricta clandestinidad, en el que aborda temas tan delicados y peligrosos, como cuando escribe sobre “Los traidores tiran la careta” o “Ni Rey ni Roque”, este último como una seria advertencia y llamada de alerta.
Terminada la Cruzada de Liberación, en el mes de mayo de 1939, Ezquer regresa a Madrid, con intención y proyectos de permanencia en la capital de España.
A partir de este momento, se inicia una nueva y clandestina etapa, en su agitada vida, por reivindicar, sin claudicaciones, la revolución interna de la Falange sobreviviente de la contienda y, en el mes de agosto, lanza una hoja, con formato de boletín, que rotula con el desafiante título de “No Importa”, donde se puede leer: “En estos momentos de la paz victoriosa, los escasos restos de la Vieja Guardia nacionalsindicalista, que permanecemos en pie, deberíamos estar trabajando afanosamente en rehacer la Patria en ruinas, de nuevo hemos de levantar la bandera de la rebeldía, para oponernos resueltamente al estado de cosas imperante, que plantea una responsabilidad histórica, en la que de ningún modo, podemos ni queremos participar”
Abría así una nueva brecha, para iniciar el camino de la disidencia política del nuevo régimen, con la recreación de un naciente grupo opaco y secreto, que adopta el viejo nombre de “JONS”
La policía detuvo a Eduardo Ezquer, el día 8 de agosto de 1939, en su domicilio de la Avenida de Reina Victoria 16, de Madrid, junto a la glorieta de Cuatro Caminos, y revisó, minuciosamente, su estancia y pertenencias, encontrando los boletines del clandestino “No Importa”, que allí se depositaban almacenados.
Comienza, a partir de ese instante, la etapa de estricta clandestinidad, del flamante grupo disidente en ciernes, que guarda celosamente el secreto de su operatividad, cuyos primeros trabajos fueron realizar un fichero que denominan INFEA, de los núcleos disidentes falangistas, para la creación de una organización impermeable, opaca, y a ser posible infranqueable.
Ezquer es internado, en la prisión provincial de Cádiz, donde lleva una vida penosa y en condiciones infrahumanas, pero se las ingenia para redactar documentos, organigramas e instrucciones, a fin de dinamizar los grupos contestatarios, que aspiraban a la estricta pureza del ideal revolucionario.
Enlaza con el General Yagüe y con valiosos elementos de la Vieja Guardia, para estructurar su firme propósito disidente, en condiciones extremas.
De la prisión provincial de Cádiz, Ezquer fue trasladado, en su dilatado periplo de sucesivos cautiverios por orden gubernativa, a los calabozos de la Comisaria de Policía de Cádiz, en agosto de 1940, y, en el mes de septiembre, el prisionero que no estaba a disposición de ningún juzgado ni sumario, de nuevo se le traslada, en esta ocasión al célebre penal del Puerto de Santa María.
A finales de 1940 se le conduce, después de casi año y medio de permanencia en las cárceles gaditanas, al otro extremo de la península ibérica, recluyéndole, como preso gubernativo, en el Cuartel de la Policía Armada de Gerona, donde permanecerá varios años, en los que continuará, incansablemente, su labor clandestina, con una nueva organización oculta, de carácter ultra secreto, que bautiza con el nombre de Ofensiva de Recobro Nacional Sindicalista –ORNS-, que infiltra sus terminales y colaboradores, principalmente, en las delegaciones sindicales de varias provincias españolas.
El libro que hoy se presenta, relata, por primera vez en España, los entresijos más recónditos de la organización clandestina revolucionaria, sus cuadros operativos, los nombres falsos utilizados por sus miembros, los documentos circulados en la mayor confidencialidad, las comunicaciones reservadas, los boletines, los informes, las claves y las credenciales de reconocimiento entre quienes actuaban desde el desafiante sigilo.
También se detectan, y salen a la luz, los inevitables traidores y espías infiltrados, que pretenden desarticular la organización clandestina, de la que Ezquer era el Camarada Mayor –CM-, en el argot interno.
La estancia en el calabozo de Gerona, en el acuartelamiento de la Policía Armada, se prolongó hasta mediados de 1943, aunque no sería el último reducto de privación de libertad, del irreductible e indomable Ezquer.
En Julio de 1944, se firmaba en Madrid el renacimiento de la Junta de Mando Suprema de la ORNS, de la que van a formar parte, además de Ezquer, como Jefe de la misma, los camaradas Emilio Rodríguez Tarduchy, Bartolomé Mostaza, Ricardo Sanz o Santiago Montero Díaz, cuya acta de constitución, bajo la estricta observancia del encubrimiento, se trascribe.
La vida de Eduardo Ezquer es la de un combatiente político, sin tregua y sin fatiga, que supo siempre anteponer la fidelidad al juramento prestado, por implantar la original Revolución Nacional-Sindicalista, en cuyo empeño cayeron los mejores camaradas, que formaban ya una constelación de la guardia permanente, sin retorno, en los luceros.
Al escribir el libro que hoy se presenta, con la historia y el pensamiento de Eduardo Ezquer, yo he cumplido con mi labor de rescatar del ostracismo y del olvido, a uno de los más relevantes disidentes españoles del siglo XX.
Ahora sois vosotros, sus amigos, paisanos y camaradas, los que tenéis que hacer lo propio, con la didáctica lectura, en la que os sentiréis próximos y cercanos, con uno de los nuestros, que supo cumplir, con creces y sacrificios, con su irrenunciable deber, anteponiendo siempre el interés general, a los apetitos de los egoísmos, oropeles y codicias particulares, que nos acechan por doquier, para no caer en la ignominia.
Adquirir y leer este libro es más que un capricho o una actitud benevolente, es una exigencia y un compromiso con nosotros mismos y con su protagonista, Eduardo Ezquer Gabaldón, que, en silencio, hoy, estoy seguro de ello, nos acompaña desde el infinito, orgulloso de su limpia hoja de servicios, como arquetipo y paradigma de la norma y el estilo nacional-sindicalista».