decepcion

España es una nación sobrecargada de ilusos. Los medios nos han tenido encandilados hasta el último momento y con miles de personas en la calle.
En la natural búsqueda del culpable le ha tocado a París y al «loby francés», que pueden haber influido algo. Pero no se podía esperar que una nación con crisis de unidad, muy arruinada, parada, e inmersa en un desfile de corrupciones, pudiera resultar apetecible para los olímpicos. Ni siquiera se sabe por esos mundos si habrá España en el 2020.
Tampoco es de recibo competir por cuarta vez por lo mismo, o hacer propaganda de nosotros en spanglish, corderos sin rumbo pero con cabra judas. Y en Argentina, donde tanto se nos quiere y se nos expropia.
Está claro que somos unos ilusos olímpicos y que eso se buscó para inyectar optimismo a las buenas gentes aún a sabiendas de que que más dura sería la caída.
Tal vez esos grandes rebaños de españoles sientan hoy más claramente el dolor de España y comprendan que sólo podemos fiarnos de nosotros mismos, y no de todos.
O nosotros o nada. O sea, o nosotros o Cataluña, Andalucía y Vascongadas, o sea, la nada futura y boba.