Sertorio

La victimización, la dictadura de los llorones, es la táctica preferida para manipular la psique femenina de las masas y silenciar a los críticos.

Supongo que el lector ya sabrá que Podemos exige al Gobierno que pida perdón a las víctimas del colonialismo y la esclavitud y que modifique otra vez el callejero para borrar de la memoria pública a aquellos españoles que están relacionados con el colonialismo y el esclavismo. Si semejante disparate se aprueba, el cambio de nombres «franquistas» será una broma comparado con éste, porque la historia de España es en buena parte de la de un imperio colonial. Por otro lado, uno no sabe muy bien qué es una víctima del colonialismo y menos aún del esclavismo; recordemos que la abolición de la esclavitud data del siglo XIX y veo difícil que sobreviva algún afectado. En cuanto al colonialismo, nuestro imperio desapareció entre 1810 y 1898 y tampoco creo que existan muchos supervivientes. En cuanto a nuestras minúsculas posesiones africanas, estas sufrieron mucho más bajo los hispanófobos Macías Nguema y Hassán II que bajo nuestra administración.

Esta es otra vuelta de tuerca más en el empeño de la extrema izquierda en destruir y ocultar nuestro pasado, al tiempo que se instila el odio a España en las nuevas generaciones, expuestas a una educación que es el coto privado de los comisarios políticos de Podemos.

No cabe duda de que un país que se detesta a sí mismo no tardará en suicidarse, que es el objetivo de esta gente: crear otra nación, exorcizar lo que hemos sido para borrarlo del mapa y edificar una nueva patria (en fin, “patria”…: algo que tome su lugar) sobre las ruinas de la España histórica.

Lo que menos les preocupa a los inquisidores rojos es la verdad. El historiador se limita a explicar unos hechos y a aventurar una explicación de los mismos. Todo esto no tiene nada que ver con el manejo de la Historia como un arma política y de adoctrinamiento. Para mantener su monopolio ideológico, incontestado desde hace medio siglo, la izquierda extrema necesita afirmar su presunta superioridad moral sobre una serie de mitos fundacionales: hechos tergiversados, exagerados y sacados fuera de contexto a los que se llama memoria histórica, cuyo fin no es el estudio del pasado, sino su instrumentalización mitológica. Esto tiene tres grandes ventajas: crea un pecado original en el adversario, impide un debate con algo de objetividad y criminaliza a quien disiente.

Además, convertir el pasado en un perpetuo memorial de agravios es una excelente excusa para la victimización, la táctica preferida para manipular la psique femenina de las masas y silenciar a los críticos. Ser víctima es una empresa rentable –siempre que se esté en el bando «correcto», claro–, pues pertenecer a una minoría oprimida o a un «colectivo» presuntamente discriminado es un buen negocio; de esto brota una fuente inagotable de subvenciones y privilegios legales que permiten, entre otras cosas, imponer un modelo totalitario de pensamiento. No otra cosa es la dictadura de los llorones que hoy tenemos que soportar.

Lo curioso de esta iniciativa de los rojos «afrodescendientes» (los neologismos cursis son otra seña de identidad) es que la presencia española en el África negra fue muy limitada. Italianos, irlandeses,[1] aztecas o tagalos juegan un papel mayor en nuestra historia que los africanos de nuestras minicolonias. Pero eso da igual, de lo que se trata es de seguir sembrando el complejo de culpa entre los europeos, una de las ocupaciones que mayores sinecuras produce en nuestro continente.

Si examinamos la acción del colonialismo español en Guinea, por ejemplo, creo que salimos bastante bien parados si se nos compara con su «libertador» Francisco Macías Nguema, un personaje digno de El corazón de las tinieblas. No muy diferente es lo que sucedió y sigue sucediendo en esos países. Recordemos que la malvada Sudáfrica del apartheid recibía a millones de emigrantes que preferían vivir bajo la «tiranía del hombre blanco» antes que disfrutar de las libertades que le proporcionaban los anticolonialistas Kaunda, Mobutu, Dos Santos, Amín o Mugabe.

En cuanto a la esclavitud: si el lector visita la bella ciudad de Mequínez, en Marruecos, podrá admirar las caballerizas del que fuera inmenso palacio de Muley Ismael, el gran sultán alauí del siglo XVII, construido por esclavos cristianos, en su mayor parte españoles. Lo mismo se puede decir de la inmensa mezquita del sultán Hassán en Rabat y de casi todas las construcciones monumentales del Magreb y del imperio otomano. Árabes y musulmanes fueron durante un largo milenio los principales tratantes de esclavos, pues su sistema de producción necesitó de ellos hasta el fin del siglo XIX, aunque en 1930 todavía abundaban en Arabia. Por cierto, hoy el Estado Islámico y Boko Haram siguen metidos en la trata de personas, especialmente en el rapto de niñas cristianas.

Sería estúpido exigirles a los musulmanes que pidan perdón por algo que era absolutamente natural en su época. Es risible pensar que Marruecos, Argelia o Turquía sufran un arrebato de indignidad y decidan rebajarse a pedir excusas por algo que sucedió hace siglos. En España eso no pasa. Zapatero, el bufón estrella del circo progre, solicitó genuflexo un perdón no pedido a los moriscos expulsados, esos que desde Salé se dedicaban a esclavizar españoles. Por cierto, ningún Estado magrebí ha lamentado sus quinientos años de piratería y trata berberisca en nuestras costas. Al contrario, Barbarroja y Dragut son héroes nacionales. Y les alabo el gusto.

La Historia no es algo agradable. Los progres pueden leer las páginas que Marx dedica a la acumulación originaria en El Capital para hacerse una idea de ello. Pueblos y Estados compitieron y compiten como pueden por un lugar bajo el sol. Al comienzo de la Edad Moderna, las pequeñas naciones del Occidente europeo se disputaban tierras, mercados y oro para sobrevivir en su áspera lucha por la hegemonía. Esto les llevó a perfeccionar una serie de técnicas de todo tipo para prevalecer sobre sus rivales y a alumbrar un sistema económico que las financiara: así nació el capitalismo (pecado original e irredimible de Occidente según su principal beneficiaria: la intelectualidad progresista). El sistema resultó tan eficiente que los pequeños Estados europeos se hicieron con el control del comercio mundial y formaron vastos imperios que duraron siglos. Europa llegó primero, esa es su culpa.

El colonialismo fue una consecuencia de esa pugna intraeuropea por obtener ventajas estratégicas, fin que no se consigue repartiendo ayuda humanitaria, sino sometiendo y conquistando. Igual que se hace hoy. Pero esas conquistas no son posibles si no existe el consentimiento de una buena parte de los conquistados. Los ingleses apenas eran trescientos mil en una India de cuatrocientos millones de habitantes. Cortés entra en Tenochtitlán con muchísimos más tlaxcaltecas que españoles en su ejército. Y la conquista de lo que sería el virreinato de la Nueva España se debió más a los misioneros de las órdenes mendicantes que a los soldados. Es decir, hubo una aceptación voluntaria de los conquistadores por los conquistados. Tres siglos más tarde, la principal oposición a la independencia de la América española no fue obra de los criollos, sino de indios y «pardos». Como se puede observar, las circunstancias reales del «colonialismo» son muy matizables. ¿Eran oprimidos los riquísimos babús de la India, como el fakir Gandhi?

No creo que a ningún lector se le ocurra renegar de la romanización, el hecho esencial de nuestra historia. Sin embargo, este proceso se ejecutó mediante la fuerza, con deportaciones y matanzas genocidas. Pese a todo, Roma fue la matrona de España, la civilizó, la integró en el mundo antiguo que, precisamente gracias al esclavismo, nos ofrecía un estado cultural superior, mucho más tolerable que la barbarie de vettones, lusitanos o astures. Exactamente lo mismo sucedió en los tiempos modernos en Asia, África y América. Ningún pueblo colonizado quiere volver al estado anterior a la llegada de los europeos.

El esclavismo y la servidumbre fueron la base del sistema productivo de casi todas las culturas avanzadas desde, como muy tarde, el siglo VII a.C. hasta el siglo XIX de nuestra era. La Atenas de Pericles y el Bizancio de Justiniano, la Córdoba omeya y la Roma de los antoninos, se construyeron con fuerza de trabajo esclavo. Esclavos, por cierto, que eran blancos, no africanos, porque durante siglos este comercio se originaba en el norte del Mediterráneo y, sobre todo, en el Este de Europa. Incluso, como señalé en otro artículo, en las colonias inglesas de América del siglo XVII había más esclavos blancos que negros. Es oportuno que los llamados afrodescendientes sepan que no tienen, ni muchísimo menos, el monopolio del sufrimiento humano.

Con todo, si los marxistas de Podemos quieren que se expíe el pecado de la esclavitud, sí que pueden encontrar víctimas reales y bien localizables en los supervivientes del Gulag, en los que sufrieron las hambrunas de Mao o en los que han escapado de los arrozales camboyanos. Si en algo han destacado los comunistas es en la esclavización de masas, en la organización de lagern y en reducir multitudes a la inanición. ¿No recuerdan nuestros rojos los paraísos del trabajo forzado de Kolimá, Solovetsk y el canal del Mar Blanco? ¿Qué capataz de esclavos, qué cómitre de galera puede superar los logros de los planes quinquenales de Stalin o del Gran Salto Adelante de Mao?

¿Cuándo pedirán perdón estos defensores universales de los derechos humanos a sus víctimas? ¿Para cuándo un monumento a los esclavos del marxismo? Pero estamos en España. No le pidamos peras al olmo que plantó Lenin, abonado con el estiércol de la mentira y regado con la sangre de cien millones de inocentes.

Fuentehttps://www.elmanifiesto.com/articulos.asp?idarticulo=6080