El orgullo de estos días es nuestro. De La Falange. Con mayúsculas. Orgullo porque no hemos caído en las trampas del mundo moderno. Porque aún sabemos diferenciar el bien del mal. Lo correcto de lo incorrecto. Lo puro de lo degenerado.

Orgullo porque sabemos que la bandera del arcoiris no tapa las vergüenzas de la depravación sexual de un mundo que ha perdido el norte, que cree que todo vale lo mismo, que piensa que podemos venir a este mundo a ensuciarlo con la ramplonería más vulgar, con la exhibición del puterío más obsceno, con la ostentación de lo degradado en lugares públicos. Con niños mirando, que podrían ser tus hijos.

Y a este mundo vienen. Y hay que enseñarles a defenderse con orgullo. Defenderse de un mundo donde los ladrones ya no se esconden, sino que se exponen en público, arrogantes en su mezquindad. Un mundo donde la decadencia ya no agacha la cabeza y la depravación no se contiene en el ámbito de lo privado.

Ha calado Rousseau. Han triunfado Marx, su hijo Freud y su nieto el feminismo: tú eres una víctima a la que la sociedad -según Rousseau-, los ricos -según Marx-, la figura castradora del padre -según Freud- o el patriarcado la han despojado de su naturaleza original, pura e inocente. Es una idea tentadora, porque a nadie le gusta asumir su parte de culpa y es más fácil señalar a los demás. A partir de ahí, todo está permitido: lo que hagas está bien hecho. Y el que venga a chafarte la fiesta, y a recordarte que la vida no es eso, es un fascista .

Pero nosotros, en La Falange, estamos orgullosos. Porque sabemos en qué consiste la condición humana. Porque sabemos que el mundo es un regalo de Dios que hemos venido a embellecer y alabar, y no a enturbiar con nuestro lado más bajo y nuestras pasiones más vulgares. Porque sabemos que la vida humana se eleva por el buen uso de la libertad, se enaltece cuando se vive en la dignidad de la persona, y se ensancha cuando aspira a conocer el lado divino que todos atesoramos dentro, bajo la capa de zafiedad con la que este mundo degenerado nos asfixia.

No somos animales. Somos personas hechas a imagen y semejanza.

Si nos entregamos a esa lujuria, a esa lascivia que campa a sus anchas por las calles de Madrid y de toda España estos días, nos convertiremos, como quieren los amos del mundo, en carne de abyección, en feria de vanidades, en “ciudadanía democrática” y esclava de la televisión, que acepta las cosas porque la mayoría lo dice. Una masa amorfa regocijada en el triunfo de sus pasiones más indignas y soeces.

Que quede claro. El problema no son los homosexuales. Siempre los ha habido y siempre los habrá. Y son seres de Dios con la misma dignidad que los demás. La misma.

El problema es la lujuria más chabacana, la impudicia más grosera, la sexualidad más alejada del amor.

Y frente a ese mundo que comulga la hostia del desencanto, nosotros levantamos, con orgullo, la bandera de España, que fue un imperio basado en criterios morales, y de La Falange, que es el último ejército de ese imperio.

Ser minoría en este mundo corrupto es un honor. Un orgullo.

Una responsabilidad.

Fuente: https://lafalangedecantabria.wordpress.com/2016/06/30/el-problema-del-orgullo-gay/#more-275