Falangistas y patriotas ascendieron la cuesta pedregosa para ponerse a los pies de la sagrada Cruz que en la Posición de San Simón, en Alcubierre, como moderno Calvario, dejaron heróicamente sus vidas sesenta falangistas defendiendo el corredor del valle del Ebro que las hordas marxistas y anarquistas veían franco hasta la ciudad de Zaragoza para darle fuego y ruina en abril de 1937.
Conocida es esta gesta de falangistas aragoneses, junto con otras gloriosas de héroes a lo largo de nuestra geografía regada de sangre pura y noble, otrora concurrida por miles de falangistas, y hoy tan solo por cuatro docenas de camaradas. Suficiente. Mientras una solo camisa azul se postre ante el Monumento, rece un padrenuestro y entone un Cara al Sol, la memoria de los allí caídos perdurará, y sabrán, desde los luceros, que sus vidas no fueron entregadas en vano.
El sábado, el omnipresente cierzo aragonés nos dio tregua, y los cielos se abrieron para que los sesenta de Alcubierre pudieran escuchar nuestras canciones de amor y de guerra.
Contamos con la presencia, casi milagrosa, de un Páter, ofensivamente joven que, herido ya por la hipocresía de su jerarquía eclesiástica que persigue cualquier inclinación que desentone de su incómoda corrección, tuvo la valentía de oficiar una misa de campaña y dar la comunión como en su día hicieron los héroes. Hubo de adoptar todas las precauciones para que no saliera retratado en previsión de represalias. ¡Cuánto oprobio!, ¡La jerarquía de la Iglesia!
Ofrecieron unas breves palabras distintos camaradas, falangistas. De Banderas de Falange, de La Falange, de FEJONS, etc. Todos coincidieron en valorar cuál es nuestra misión en estos días, en la necesidad de Resistir, de Alzar la voz, de no Callar, de llevar al viento nuestras banderas, de reivindicar la Patria y la Justicia Social como principio y final de la Resurrección de la Patria con sus eternos valores y alcanzar la grandeza y Libertad que soñaba José Antonio.
Se depositaron, solemnemente, las cinco rosas al pie del Monumento, nuevamente reconstruido por camaradas voluntarios, tras la continua y persistente labor demoledora cobarde, nocturna y alevosa de los enemigos de España, muy demócratas todos ellos.
Se entonaron, banderas hermanas al viento, los himnos de rigor con recias voces preñadas de orgullo y de agradecimiento a los caídos en la Sierra.
La comida de Hermandad puso fin a una jornada entrañable, sin pretensiones, donde las rencillas o desafecciones quedan apartadas, como las apartaron quienes nos precedieron en las vanguardias y trincheras en tiempos de guerra.
Camaradas de Madrid, Barcelona, Tarragona, Huesca, Teruel, Zaragoza. Siempre seréis bienvenidos al Acto de la Gesta de Alcubierre.