Frente a la mentira del dinero, la verdad del trabajo.
Y son nuestro enemigo. Y cuando pienses que sólo roban dinero, recuerda qué le da valor. Recuerda que el dinero no es más que un símbolo. Recuerda que detrás de un billete de diez euros hay una hora de trabajo limpiando escaleras, o sirviendo cafés, o cortando madera.
Los bancos no producen nada. Simplemente, juegan a los trileros con tus necesidades, y a la ruleta rusa con tu futuro, el de tu familia y el de tu patria. Se fuman unos puros con el concejal de urbanismo o con el ministro de turno y multiplican por diez el valor de tu vivienda, metiendo la mano en la necesidad humana más básica: tener un techo. Te tienen encadenado con esa hipoteca durante media vida, y todavía te sonríen cuando te abren la puerta. Adelante.
Los ganaderos producen leche y carne. El conductor del autobús te lleva y te trae. Los pescadores, los mecánicos, las limpiadoras y los zapateros nos dan pescado, coches que funcionan, lugares habitables e higiénicos y zapatos. Pero cuando pases frente a un banco, pregúntate, ¿qué hacen ellos?
Efectivamente, te dan créditos a un interés abusivo -con un dinero de origen es público- para que puedas comprar lo que ya te han puesto a un precio inasequible para que, precisamente, necesites su crédito. Te la han colado, pero te crees el rey del mambo, porque encima te regalan una olla exprés o un cuadro a juego con su indecencia y tu idiotez.
Recuerda que el dinero es símbolo de trabajo. Recuerda que están prestando al pueblo el dinero del propio pueblo. Porque ellos no producen nada.
Recuerda que estás pagando tu casa seis o siete veces para que estos gángsters, estos usureros de cuello impoluto y raya de cocaína en la oficina puedan irse de putas después de irse al casino a jugarse tus ahorros, o al Caribe a sudar en la hamaca el sudor de tu trabajo, o a llevar a Disneylandia a sus hijos, para que vivan lo que los tuyos siempre han soñado y ya no puedes repetir otra vez el año que viene, hija, el año que viene seguro que vamos.
Yo no tengo ni idea de economía. Pero sí de decencia. Por eso soy falangista. Porque en la Falange sabemos lo que es el honor y el trabajo. Sabemos de sudor y de esfuerzo. De disciplina y de entrega. De patriotismo y de solidaridad cristiana. Y así vamos a educar a nuestros hijos. Vuestros hijos, banqueros, tendrán móviles de última generación, y veranos en Canadá. Pero no tendrán padres.
Por eso, cuando nuestros hijos nos pregunten cuándo los vamos a llevar a Disneylandia, iremos al banco más cercano a coger lo que es nuestro. Con banderas rojas y negras. Con yugos y flechas. Con antorchas y la ira de quienes no estamos dispuestos a que nos tomen más el pelo a cambio de una vida de mentira y un boli de regalo.
No te preocupes, hija. Falta poco para que vayamos a Disneylandia…