Dos de Abril de 1954. El «Semíramis» entra en la boca del puerto de Barcelona. Aúllan las sirenas, replican las campanas. Bandas de música lanzan al espacio compases marciales y sardanas. Gritos, aplausos, exclamaciones, vivas ensordecedores. La multitud inunda los muelles y lanza cohetes al cielo. Ríe, canta y tienen los ojos clavados en el blanco yate, donde regrensan los héroes del cautiverio. Y los que no supieron serlo. Y marinos, aviadores, niños enviados por la República a la URSS. Pero ahora a todos se les clama por igual, a todos se les rinde el homenaje más multitudinario y emocionante que ha conocido la ciudad condal a través de su larga historia. Las gaviotas trazan el pentagrama de sus giros, de sus rectas paralelas, de sus ascensos y descensos alrededor y encima del «Semíramis». Docenas, centenas de embarcaciones de todas las marcas salen al encuentro del buque griego. Asustadas, las palomas revolotean sobre la estatua de colón, las agujas de la Sagrada Familia y los tejados del barrio marítimo. Doncientos cuarenta y ocho prisioneros de la División Azul presencian absortos, aturdidos, emocionados, el espectáculo grandioso del recibimiento. Miran atónitos a millares de personas que pugnan por descubrir en la cubierta del «Semíramis» al hijo, al padre, al hermano, al amigo que un día lejano se echó el fusil al hombro y se fue a la guerra. España, que desde hace una semana asiste a través de la radio y la prensa a la travesía del «Semíramis», vibra conmovida ante la llegada de los hombres que supieron resistir el cautiverio del Gulag. Resistir – salvo los caídos en el láger – con la esperanza puesta en este momento de la repatriación. Cinco de la tarde del 2 de abril de 1954.
Fuente: «Los Prisioneros. La gran crónica de la División Azul». Fernando Vadillo. Editorial Barbarroja.