DISCURSO DE LA UNIDAD ESPAÑOLA

(Pronunciado por José Antonio en Pamplona el 15 de agosto de 1934, en el local de la Falange).

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De esta reunión tenemos que salir con el propósito resuelto de constituirnos cada uno en un propagandista. Y tenemos que hacer la propaganda de dos maneras: una, con la ejemplaridad de nuestra conducta; otra, con la difusión de unas cuantas ideas que voy a tratar de precisar.

Nuestro Movimiento es el único Movimiento completo; el único que mira todo el problema de España en su integridad, de frente. Los demás son movimientos sesgados, que ven a España desde puntos de vista parciales. Como ejemplo de estos movimientos incompletos, los que más pueden interesar en esta región son el nacionalismo y el socialismo. Hay que hablar un poco acerca de ellos.

El nacionalismo eleva las características nativas (lengua, costumbres, paisaje) a esencias nacionales. Se empeña en considerar que son las características nativas lo que constituye una nación. Y no es eso: las naciones son aquellas unidades, de composición más o menos varia, que han cumplido un destino universal en la Historia. La unidad de destino es la que une a los pueblos de España. Y entendida España así, no puede haber roce entre el amor a la tierra nativa, con todas sus particularidades, y el amor a la Patria común, con lo que tiene de unidad de destino. Ni esta unidad habrá de descender a abolir caracteres locales, como ser, tradiciones, lenguas, derecho consuetudinario, ni para amar estas características locales habrá que volverse de espaldas –como hacen los nacionalistas– a las glorias del destino común. ¿Qué amor al pueblo vasco es el de esos nacionalistas que colocan el apego a la tierra sobre el orgullo de los nombres vascos que hicieron retumbar el mundo con sus empresas bajo el signo de España?

El socialismo es también un movimiento incompleto. En vez de considerar a un pueblo como una integridad, lo mira desde el punto de vista de una clase en lucha con otras. Y lo que quiere no es mejorar la suerte de la clase menos favorecida, sino aprovechar sus torturas para agitarla por el camino de la revolución social. Así el movimiento socialista tiende a la proletarización de los obreros, es decir, a borrar las diferencias entre obreros incalificados y obreros calificados, con objeto de impedir que éstos destaquen de la masa propicia a la revolución; desdeña, además, al pequeño campesino autónomo, cuya vida es, a veces, mucho más dura que la del obrero; pero que no le sirve al socialismo para su revolución, y provoca, por último, con huelgas políticas la ruina de las industrias, porque lo que quiere es masas de proletarios sin trabajo, desesperados, que declaren la revolución. En las cartas cruzadas entre Marx y Engels, los autores del «Manifiesto comunista», se habla de los obreros llamándoles «la canalla destinada a hacer con sus puros la revolución».

Como el socialismo sólo busca la revolución social, hace del hombre una helada máquina de angustia y de odio, desligado de todo sentimiento: la religión, la Patria, la familia, el pudor mismo, son extirpados del obrero como sentimientos burgueses.

Frente a esos movimientos incompletos sólo el de Falange Española contempla al pueblo en su integridad y quiere vitalizarlo del todo: de una parte, implantando una justicia económica que reparta entre todos los sacrificios, que suprima intermediarios inútiles y que asegure a millares de familias paupérrimas una vida digna y humana. Y, de otra parte, compaginando esa preocupación económica con la alegría y el orgullo de la grandeza histórica de España, de su sentido religioso, católico, universal, de sus logros magníficos, que pertenecen por igual a los españoles de todas clases.

Si fundimos estas dos cosas, lo nacional, con todo lo que esto envuelve, y lo social, con todo lo que esto exige, nos cabrá la gloria de legar una España grande a los que nos sucedan.

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