Cuando dudemos, cuando desfallezcamos, cuando nos acometa el terror de si andaremos persiguiendo fantasmas, digamos: ¡No!; esto es grande, esto es verdadero, esto es fecundo; si no, no le hubiera ofrendado la vida -que él, como español, estimaba en su tremendo valor de eternidad- Matías Montero». José Antonio Primo de Rivera
El 9 de febrero, por la tarde, la noche ya se echa sobre Madrid. Tras participar en la venta del número 6 de «FE», Matías regresa a su casa, en la calle Marqués de Urquijo, 21 – 3º, en el barrio de Argüelles. El joven falangista, que es huérfano, vive allí con sus dos hermanos y con dos tíos suyos, empleados de la Compañía Telefónica.
Hacia su casa, pues, se dirige Matías, por la perpendicular calle Juan Álvarez de Mendizábal. En ella le esperan dos izquierdistas. Uno de ellos es Francisco Tello Tortajada, obrero afiliado al PSOE y a las Juventudes Socialistas e integrante de «Vindicación», grupo formado por miembros del sindicato socialista UGT. Dispuesto a todo, Francisco Tello esconde una pistola…
Matías Montero no tiene tiempo de ver a sus agresores, de darse cuenta de su último momento ni de intentar una última defensa de su vida. Dos disparos se ensañan con él, a traición, otra vez por la espalda…
Ambos tiros alcanzan a Matías en el corazón, provocándole rápidamente la muerte. No obstante, su asesino aún se acerca a rematarle, ya en el suelo, con otros tres disparos en el estómago, tras lo cual huye, dejando a Matías tendido en el suelo, rodeado de un charco de sangre.
Esta vez, a diferencia de otras, el criminal es apresado, gracias a la rápida actuación policial. El 19 del mismo mes, Francisco Tello será juzgado por procedimiento de urgencia, actuando José Antonio de abogado de la acusación particular. Tello será condenado a 23 años y 3 meses de prisión, que no cumplirá al verse beneficiado por la amnistía general promulgada por los izquierdistas del Frente Popular, en 1936.
En el momento de este asesinato, José Antonio participa en Toledo en una cacería. Al enterarse de la noticia, afirma estremecido: «Este es el último acto frívolo de mi vida.» Desde entonces abandonará la vida de joven aristócrata que lleva -es Marqués de Estella- y se entregará en cuerpo y alma a la empresa revolucionaria iniciada el 29 de octubre de 1933 por Falange Española.
Como una de las primeras aportaciones a esa Revolución aparece, entre las ropas del cadáver de Matías, un artículo titulado «Las flechas de Isabel y Fernando», que había escrito el joven falangista para la revista «FE». En él traza, de manera clara, las líneas de una nueva «Universidad limpia de pasiones, bloque compacto de profesores y estudiantes, que marche entusiasta en pos de la cultura al servicio de la Patria.»
Este artículo es copiado de los mismos folios sumariales de la causa abierta por el asesinato de Matías, para trasladarlo a las columnas del nº7 de «FE», que saldrá a la calle el 22 de febrero. En sus páginas también será publicado otro artículo póstumo de Matías, titulado «Universidad e Imperio», en el que el joven asesinado hace una dura crítica a la FUE, al liberalismo y a una Universidad que «no concibe la idea de sacrificio.»
No obstante, antes de que estos preciosos textos salgan a la luz pública, el 10 de febrero, por la tarde, varios centenares de falangistas, y casi un millar de amigos y simpatizantes de FE, acuden al entierro de Matías Montero, en el cementerio de la Sacramental de Santa María de la Almudena (también llamado del Este), en Madrid. Hasta allí se desplazan muchos falangistas en formación marcial, entonando nuestro himno al compañero caído, una hermosa canción de procedencia germana titulada «Yo tenía un camarada». Marchan, de este modo, escoltando el féretro de Matías, en cortejo fúnebre desde la Plaza de la Alegría hasta el Cementerio del Este.
Se desarrolla el sepelio como un acto emocionado, pero en silencio, sin gritos de odio o de rencor que alteren la recta conducta de la joven Falange. José Antonio, ante la tumba abierta que recoge los restos de Matías, pronuncia estas breves palabras:
«Aquí tenemos, ya en tierra, a uno de nuestros mejores camaradas. Nos da la lección magnífica de su silencio. Otros, cómodamente, nos aconsejarían desde sus casas ser más animosos, más combativos, más duros en las represalias. Es muy fácil aconsejar. Pero Matías Montero no aconsejó ni habló: se limitó a salir a la calle a cumplir con su deber, aun sabiendo que probablemente en la calle le aguardaba la muerte. Lo sabía porque se lo tenían anunciado. Poco antes de morir dijo: «Sé que estoy amenazado de muerte, pero no me importa si es para bien de España y de la causa». No pasó mucho tiempo sin que una bala le diera cabalmente en el corazón, donde se acrisolaba su amor a España y su amor a la Falange.»
«¡Hermano y camarada Matías Montero y Rodríguez de Trujillo! Gracias por tu ejemplo.»
José Antonio termina su intervención -sin lágrimas- con la que se consagrará como oración fúnebre para cada falangista muerto:
«Que Dios te dé su eterno descanso y a nosotros nos niegue el descanso hasta que sepamos ganar para España la cosecha que siembra tu muerte.»
«Por última vez: Matías Montero y Rodríguez de Trujillo.» ¡¡PRESENTE!!