El próximo día 3 de septiembre es el aniversario del nacimiento del gran médico y político falangista Narciso Perales. Con este motivo publicamos, además de un breve apunte biográfico, una entrevista que se le hizo en el año 1971 y en la que habla sobre temas de rigurosa actualidad, entre ellos, la vergüenza de Gibraltar.

Narciso Perales

Una de las facetas más acusadas del doctor Perales quizá sea la de su vocación política: ¿Sabían ustedes que se había preparado un plan para efectuar la voladura del Peñón de Gibraltar? Los ingleses acusaron a Narciso Perales de ser el jefe de este complot y por ello fue arrestado siete meses en un cuartel del Campo de Gibraltar.

  • A los 18 años organizó un grupo pre falangista en Sevilla, que, en noviembre de 1933 constituyó con otros el núcleo fundacional de Falange Española en aquella ciudad. Por la dirección de este grupo autónomo, fue detenido en 1933 y procesado más tarde en Cádiz. Anteriormente había militado en los legionarios de Albiñana.
  • Se funda Falange Española y José Antonio le otorga al doctor Perales el carnet de fundador. Más tarde, en1934, fue fundador y triunviro del SEU de Sevilla, dedicando toda su actividad a la organización de las milicias.
  • Narciso Perales que nació el 3 de septiembre de 1914 en la Línea de la Concepción, Campo de Gibraltar, fue condecorado en 1935 con la Palma de Plata por el propio José Antonio.
  • Un año más tarde se traslada a Valladolid y sucede en la Jefatura a Onésimo Redondo, al ser detenido éste.
  • Activista puro, actitud ensamblada en la propia personalidad de nuestro entrevistado, sufrió en el período de 1933 a 1936 once detenciones, cuatro procesos y permaneció en prisión cerca de un año.
  • Tomó parte en el alzamiento de Granada mandando unidades falangistas. Fue nombrado, después de la Unificación, Jefe Provincial de Alicante “in partibus infidelibus”, siendo designado sucesivamente Secretario Provincial de FET y de las JONS en Granada y Logroño.
  • En 1938, después de la detención de varios miembros de la Junta Política deja todos sus cargos y se incorpora al frente de Teruel.
  • Al finalizar la guerra continúa en filas como Oficial Médico, pasando entre otros destinos a África, pero en 1941 es designado Gobernador Civil de León, cargo que deja un año más tarde debido a los sucesos de Begoña. Esta dimisión le costó el confinamiento durante más de un año, llevado a cabo en parte en el Campo de Gibraltar.
  • Sucede a continuación lo del “affaire Gibraltar”. Perales dirigía el comando que, durante la II Guerra Mundial, tenía como misión preparar la voladura del peñón. Uno de los falangistas gibraltareños se acuerda que tiene un primo en él y delata la operación, con lo cual el plan se viene abajo y se descubre toda la conspiración. Las autoridades inglesas detuvieron a uno de los componentes del comando y lo ahorcaron.
  • El año 1944 nos señala la última detención del doctor Perales: es confinado de nuevo bajo la acusación de tratar de reorganizar la Falange en la que él piensa.
  • A partir de entonces, desaparece el activista y el político y reaparece el médico. Especialista en Medicina del Trabajo, interviene en veintinueve congresos y viaja por todo el mundo; Pronuncia conferencias y publica cincuenta y cinco trabajos. A posteriori, pasa a ser Director de la Organización de los Servicios Médicos de Empresa, Vicepresidente  de la Comisión Internacional de Medicina del Trabajo y Presidente Permanente de la Sociedad Española de Medicina y Seguridad del Trabajo.

 

Reproducimos a continuación la entrevista publicada por José Carlos Clemente Balaguer, en su libro «Conversaciones con las corrientes políticas de España»:

Conversaciones con las corrientes políticas de España

— ¿Piensa usted que la Falange existe hoy como núcleo y organización política?

—Si se dice que la Falange no existe como núcleo y organización política, se dice bien. Si existiera, sería ilegalmente. Todo el mundo sabe que sólo hay una organización política legal, de singulares características, que es el Movimiento. Lo que existe es la Falange como aspiración y doctrina, como modo de ser y como actitud. Los que existen son los falangistas, que son muchos; unos, lo saben y lo dicen; otros —los más— lo saben, pero no lo dicen porque no desean confundirse con los militantes del Movimiento, que después de todo, utilizó largamente el nombre.

Algunos no lo saben; se creen socialistas, cristianos sociales o fidelistas; pero lo que dicen coincide a grandes rasgos con nuestras convicciones esenciales, es decir, son falangistas sin saberlo.

La Falange Española y de las JONS, tuvo una vida legal efímera. En sus tres años escasos de vida antes del 18 de Julio, en pleno régimen liberal, gobernando primero las derechas y luego las izquierdas, no tuvo sus centros abiertos ni siquiera un año. El Gobierno del Frente Popular, la disolvió finalmente encarcelando a todos sus directivos conocidos a su alcance, en abril de 1936, pese a la sentencia del Tribunal Supremo de la República, que había decretado su legalidad. Después del Alzamiento, la Falange reapareció públicamente; y sus consignas se extendieron ruidosamente por toda la zona nacional y subrepticiamente por la zona roja. Jamás ha habido una fuerza política autónoma de tanta popularidad como la Falange. Pero en abril de 1937 desapareció de nuevo, para ser integrada, sin haber sido consultada, en una nueva organización política que adoptó una extraña mezcla de nombres, himnos, emblemas, uniformes y consignas: la Falange Española Tradicionalista y de las JONS.

Identificar a la Falange con el Movimiento a estas alturas, no puede ser más que una maniobra interesada. Los que, históricamente o no, fueron falangistas y son del Movimiento, son del Movimiento pero no son falangistas. Está claro que ser falangistas no es ser negros —y lo digo con todos mis respetos para los negros—. Un negro nace negro, vive negro y muere negro; pero un falangista deja de serlo cuando deja de serlo; es decir, cuando ya no “está dispuesto —y lo digo con palabras de José Antonio— a dar su vida por la España que la Falange entiende y quiere, pero no por ninguna otra cosa”.

—Sin embargo, se dice que la Falange tuvo su razón de ser en una época histórica. ¿Cree usted que esas razones continúan existiendo?

—Si un movimiento político no es sólo la creación de un hombre, sino también el fruto de unas circunstancias, la Falange tiene más razones para existir hoy que ayer. No las tiene, sin embargo, para los que nos creyeron, como denuncia indignado José Antonio, vanguardia, fuerza de choque o inestimable auxiliar de un movimiento reaccionario y ahora, convencidos de la universalización de los problemas, atribuyen a los “marines” el papel que antaño nos asignaban. No las tiene tampoco para los comunistas solapados que creen que fuimos vencidos por domesticación, desarmados por el tiempo y disueltos por el desaliento. Pero si las razones históricas lo exigen y el pensamiento de José Antonio está ahí, aquí está la Falange más viva en su esencia que ayer; Más prometedora que nunca.

La política de los seguros sociales, el fomento de las viviendas, el Instituto de Colonización, el Nacional de Industria, sobre todo en sus comienzos (puesto que últimamente se va convirtiendo en asilo o centro de rehabilitación de la iniciativa privada en quiebra), la creación de Bancos oficiales, el programa de las obras públicas y tantas otras realizaciones, si discutibles en su envergadura y en su desenvolvimiento evidentemente progresivas en relación con lo anterior, ni voy a negar que la paz y el orden público, la introducción de la técnica moderna y la aportación de capitales procedentes del ahorro en divisas de los emigrantes, los ingresos turísticos y las inversiones extranjeras, han restado una parte de su dramatismo al problema social; pero las diferencias entre los privilegiados y las clases populares se han magnificado y si hay hoy algunos que viven como los americanos ricos y muchos como los europeos medios, hay muchos más que viven todavía como los africanos pobres. Y los viejos problemas que secularmente pesan sobre el país están ahí presentes dispuestos a resucitar ya no a una fuerza del futuro que como la nuestra se anticipó cincuenta años en sus formulaciones, sino a los propios fantasmas del pasado muerto.

¿No sabe usted que la participación de los trabajadores —la inmensa mayoría del país— en la renta nacional fue sólo del 52,7 por ciento en 1965 y descendió en un 1,9 % en relación con 1964? ¿Sabe usted que en 1960 los cinco primeros Bancos españoles obtuvieron ganancias del 58 %, mientras que los cinco primeros Bancos europeos, que no son por cierto círculos angélicos, se contentaron con el 18 %? ¿Sabe que desde 1935 a 1960 y teniendo en cuenta el poder adquisitivo de la peseta, los empleados de Banco no tuvieron ninguna mejora, mientras los accionistas obtuvieron el 243 % y los Consejos de Administración el 444 %? ¿Sabe que el 2 % de los propietarios de tierras perciben el 50 % de toda la renta agraria? Pues todos esos datos los he leído en el Órgano de los Sindicatos actuales, en “Pueblo”, y los escribió Blanco Piñar en “Incunable”. Mire, aquí tengo un texto de José Antonio: “Nuestra modesta economía está recargada con el sostenimiento de una masa parasitaria insoportable: banqueros que se enriquecen prestando a interés caro el dinero de los demás; propietarios de grandes fincas que, sin amor ni esfuerzo cobran rentas enormes por alquilarlas; consejeros de grandes Compañías, diez veces mejor retribuidos —cincuenta, cien sería ahora— que quienes con su esfuerzo las sacan adelante; portadores de acciones liberadas, a quienes las más de las veces se retribuye a perpetuidad por servicios de intriga; usureros agiotistas y correveidiles”. ¡Qué diría ahora de ciertos constructores, de algunos importadores y de muchos financieros! En tiempos de Luis Felipe, en Francia, el Ministro Duchatel inauguró la política de la socialización de las pérdidas, ampliamente adoptada por el capitalismo al decir en el Congreso “El Estado debe reservarse todos los riesgos de ruina para preservar de ella a las Compañías”. José Antonio criticó acerbamente esta política. Véalo aquí:

“Y si hemos visto cómo las Instituciones más fuertes se han acogido a la benevolencia del Estado o para impetrar protecciones arancelarias o para obtener auxilio en metálico…, el capitalismo, tan desdeñoso, tan refractario a una posible socialización de sus ganancias, en cuanto vienen las cosas mal, es el primero en solicitar la socialización de las perdidas”. Debe advertirse que todavía los franceses no habían inventado la acción concertada, es decir, la socialización en la aportación de capitales. Ahora ya el ciclo de la socialización en beneficio de la oligarquía está cumplido, puesto que lo único privado que queda inalienable son las ganancias de los capitalistas.

José Antonio quería desmontar el capitalismo afirmando este objetivo: “esta no es sólo una tarea económica; esto es una alta tarea moral”. Se nos puede decir: “Pero eso también quiere hacerlo el comunismo”. No teníamos, ni tenemos ningún inconveniente en admitirlo así; pero añadiremos en seguida que si podemos coincidir en este propósito, no coincidimos de ninguna manera en los demás. El comunismo se quedó en un colectivismo esclavista y en una Dictadura permanente; es un régimen ya reaccionario; se convirtió, petrificado, en el máximo monumento al panteísmo del Estado, al totalitarismo en su peor sentido, supone un retroceso en la historia hasta empalmar con el comunismo de los hijos del sol peruanos o el estado faraónico del antiguo Egipto.

José Antonio Primo de Rivera

No obstante, no debemos negar lo que en algunos aspectos ha supuesto el comunismo; oigamos la voz de José Antonio otra vez: “Pero en las invasiones de los bárbaros se han salvado siempre las larvas de aquellos valores permanentes que ya se contenían en la edad clásica anterior. Los bárbaros hundieron el mundo romano, pero he aquí que con su sangre nueva fecundaron otra vez las ideas del mundo clásico. Así, más tarde, la estructura de la Edad Media y del Renacimiento se asentó sobre líneas espirituales que ya fueron iniciadas en el mundo antiguo”.

Pues bien: En la revolución rusa, en la invasión de los bárbaros a que estamos asistiendo, van ya, ocultos y hasta ahora negados, los gérmenes de un orden futuro y mejor. Tenemos que salvar esos gérmenes, y queremos salvarlos. Esa es la labor verdadera que corresponde a España y a nuestra generación: pasar de esta última orilla de un orden económico social que se derrumba a la orilla fresca y prometedora del orden que se adivina; pero saltar de una orilla a otra por un esfuerzo de nuestra voluntad, de nuestro empuje y de nuestra clarividencia; saltar de una orilla a otra sin que nos arrastre el torrente de la invasión de los bárbaros.

—¿Fue en su tiempo partidario de la Unificación?

—No, no fui partidario de la Unificación; Pero creí, y como yo, creyeron entonces muchos, que no teníamos derecho a poner en peligro grave la suerte de la guerra, ni la vida y libertad de nuestros camaradas, para mantener una actitud que cabría defender e imponer más adelante. Probamos nuestro patriotismo y nuestra ingenuidad.

Aquella de la que hablaba José Antonio al decir en su testamento: “Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro servicio que en el de la gran España, que sueña la Falange”.

Cada uno de nosotros podría explicar su experiencia amarga. Hedilla, el último Jefe Nacional, fue a la cárcel y no fue solo. Otros nos dedicamos a un forcejeo estéril y sordo, sin experiencia, dada nuestra juventud, y sin instrumentos, dadas nuestras posiciones. Personalmente, en 1938, volvía al frente y sólo en 1941, planteado otra vez el forcejeo sobre bases más sólidas en apariencia, volvimos a él, para abandonarlo definitivamente por inútil en 1942.

No fue esta decisión inofensiva para mí.

—¿Sigue siendo totalitaria la Falange?

—La Falange no fue nunca totalitaria en el sentido que se dio a este término. El sexto punto inicial de la Falange especifica: “Nuestro Estado será instrumento totalitario al servicio de la integridad patria”. Esta es la única vez que se cita la palabra totalitario en la doctrina familiar de la Falange; pues bien, sí es preciso explicarlo; para nosotros el Estado —no el gobierno—, el cuerpo político de la nación, se identificaría con la sociedad española para ser el instrumento capaz de afirmar la unidad nacional, negarle validez a las fuerzas destructivas y regular la relación entre las regiones, de modo que todas, sin mengua de la personalidad, estén subordinadas al destino superior de la comunidad histórica. Esto es lo contrario del cerrilismo centralista, que quisiera uniformarlo todo. Por lo demás, es bien conocido el pensamiento de José Antonio sobre la personalidad de las regiones y su opinión favorable a la descentralización administrativa, cuando ésta no sirviera de soporte o de refuerzo al separatismo periférico.

Totalitario en el sentido ya peyorativo, es otra cosa; es eso que José Antonio llamó “el panteísmo estatal”, la absorción del individuo por el Estado. Frente a esta tendencia José Antonio afirmó: “Nuestra revolución debe empezar por el hombre reducido hoy a una molécula pura, sin personalidad, sin contenido, ni sustancia”. El panteísmo estatal los Estados totales y absolutos como les llamó él, es decir, los Estados Totalitarios, constituyen —según decía— la segunda reacción a las pérdidas de la armonía entre el hombre y su contorno, puesto que la primera es el anarquismo, y sólo puede mantenerse por un violento esfuerzo y no por mucho tiempo, porque esta desarmonía no puede, ni debe ser resuelta, anulando al hombre en holocausto del Estado, sino hermanándolo, nuevamente, con su contorno, “por la reconstrucción de esos valores orgánicos, libres y eternos, que se llaman, el individuo portador de un alma y la familia, el Sindicato y el Municipio, unidades naturales de convivencia.”

—¿Cree usted que el Movimiento sigue la doctrina de José Antonio?

—No.

—¿En qué consiste la “revolución pendiente” de la Falange?

—Ante todo, en un cambio radical de las estructuras económicas y sociales. No es que lo material sea lo más importante; es que la justicia sí lo es, y reclama a voces una nueva ordenación de la sociedad española. Nosotros queremos a España ardientemente, pero la queremos como José Antonio “no como vana invocación de falsas cosas hinchadas; sino como expresión entera de un contenido espiritual y humano”.

—¿Podría usted exponer en líneas generales en que hubiera consistido o consistiría esa nueva  ordenación?

—En líneas generales sí; para hacerlo minuciosamente, quizá no dispondría usted de espacio preciso.

Sustancialmente, la “Revolución pendiente” consistiría en la realización de los siguientes objetivos:

1.° Reforma del concepto de la propiedad para extenderla en función de la utilidad social a todos los españoles.

Esto supondría, no sólo limitación de la propiedad individual, de los bienes de uso y de consumo y de los instrumentos personales de trabajo, con su reafirmación y defensa, sino también la creación de nuevas formas de propiedad familiar, sindical y comunal. Sólo el trabajo, debe ser título de propiedad. Los pequeños capitales frutos del ahorro, podrían ser prestados a la comunidad y recibirían a cambio su salario, pero no darían derecho alguno a la propiedad de los elementos de trabajo ajenos. Por otra parte, la herencia, sería gravada en forma tal en las diferentes transmisiones, que se extinguiría en la segunda generación.

2.° Reforma agraria con la delimitación del área cultivable, devolviendo al pasto y a los montes las tierras casi estériles que todavía se cultivan perpetuando el hambre de muchos de nuestros campesinos. Ordenación racional de los cultivos. Instalación revolucionaria de los campesinos sobre las tierras delimitadas, en unidades de propiedad familiar o sindical, según la naturaleza de las tierras. Reconstrucción del patrimonio comunal de los Ayuntamientos con las tierras dedicadas a pastos y bosques.

3.° Nacionalización de la Banca, de los Servicios públicos y de las industrias básicas, mediante la creación de empresas mixtas, del Estado y de los trabajadores, por medio del Sindicato.

4.° Colectivización de las empresas industriales y encuadramiento de las mismas en los Sindicatos por ramas de la producción.

5.° Ordenación de la economía, mediante la planificación permanente por los Sindicatos formados del modo indicado.

Naturalmente esto no es todo, pero he destacado lo que hasta ahora no ha sido muy viable del pensamiento joseantoniano.

—¿En qué forma y sobre qué bases debía realizarse una reforma sindical?

—Para la Falange, los Sindicatos eran algo radicalmente distinto de los primitivos. Por una parte, eran un sistema de organización económica; por otra, la clave de la transformación social española. José Antonio, concebía a España, en lo económico, como un gigantesco Sindicato, en el que los productores españoles estarían encuadrados por Empresas y éstas por ramas de la producción. Estos eran los famosos y discutidos Sindicatos Verticales. Diferentes, por supuesto, de aquellos que definían el Fuero del Trabajo en su redacción original, que son en realidad Sindicatos Mixtos obreros-patronales.

El concepto de Vertical, lo tomó José Antonio de Hugo Stinnes, teórico alemán del verticalismo, del solidarismo industrial. Éste preconizaba un sistema de organización económica, flexible y racionalizado, en el que las empresas se agrupan por ramas de la producción, desde las dedicadas a la extracción de las materias primas, hasta las comerciales de productos manufacturados. Este sistema permite una planificación, constantemente revisada sobre la marcha por los mismos productores, sin necesidad de comisiones extrañas y de planes cuatrienales o quinquenales.

Claro es que esto no era todo. Desde otro, y más sustancial punto de vista, el Sindicato en la concepción de José Antonio, no es una Entidad meramente representativa, sino el instrumento mediante el cual, la plusvalía que en el Estado capitalista va a parar a manos de los que contratan el trabajo y en buena parte a la de los financieros y en el régimen comunista al Estado, vaya a parar a los propios trabajadores. Es decir, el Sindicato, en José Antonio, es el medio de colectivización. Y los trabajadores —incluyendo en este término a todos los que trabajan en las empresas— serían los propietarios de sus instrumentos de trabajo, constituyendo la empresa, así colectivizada, la célula elemental del Gran Sindicato Vertical.

Ahora bien, en un régimen capitalista liberal, los Sindicatos no pueden ser, naturalmente, nada de eso. Pueden ser, en cambio, de acuerdo con su origen decimonónico, agrupaciones profesionales para la defensa de los intereses obreros. En este sentido, existen en el mundo dos tipos de Sindicatos: el apolítico, libre y representativo, por supuesto de clase, y el político o revolucionario. El primero, se desinteresa del sistema vigente, tratando de defender —a veces con gran eficacia como ocurre en los Sindicatos Norteamericanos— los intereses obreros inmediatos; el segundo, sin desdeñar este objetivo, pretende modificar la sociedad según su ideología. Ejemplo del Sindicato revolucionario fue la Central Obrera Nacional Sindicalista que dirigió nuestro malogrado camarada Manuel Mateo, asesinado por los comunistas en la checa de Serrano.

Claro es que pienso que en el Sistema actual, no es viable más que el Sindicato apolítico y representativo. No creo que pueda insistirse en esa subespecie del corporativismo, que se llamó Sindicato Vertical, con sus secciones sociales y económicas y la línea política que representan el punto de vista del Estado, del que podría decirse lo que José Antonio dijera del corporativismo más perfeccionado, que conservando las relaciones de trabajo capitalista, constituye un género de Jurado mixto.

—¿Ve usted alguna salida al actual problema universitario?

—Si se refiere a las huelgas y protestas estudiantiles enfoca uno de los efectos, quizás el más ruidoso, pero no las causas. Las causas están en la propia Universidad.

No se debería tratar —al menos todavía— de la introducción masiva de la cibernética de la enseñanza, cuya eficacia está por demostrar; sino de una profunda renovación de la Universidad que creara la Escuela o Facultades precisas para la enseñanza de las nuevas carreras, grados y especialidades que las necesidades sociales exigen; de la elaboración de planes de enseñanza más racionales y prácticos, de métodos docentes eficaces a la luz de las adquisiciones de la pedagogía moderna. Se debería tratar de dar a los estudiantes dentro de la Universidad, no la posición de los escolares de 2.ª enseñanza, sino la que corresponde a hombres jóvenes que deben responsabilizarse de su propia formación desarrollando en ella todas las aptitudes personales.

Por otra parte no olvide que la Universidad sigue siendo una institución cerrada para muchos. En la misma estadística publicada en un periódico del Movimiento, a que aludí antes, se afirmaba que sólo el 3 % de los estudiantes son hijos de trabajadores manuales. Y esto evidentemente no prueba la consabida igualdad de oportunidades y va contra la justicia y los intereses de la comunidad social, puesto que deja sin el debido y conveniente aprovechamiento la capacidad de muchos españoles.

Si el planteamiento de la reforma de la Universidad pudiera hacerse eficazmente desde una asociación única y libre de estudiantes, es posible que los grupos políticos no promovieran y encabezaran un movimiento estudiantil que evidentemente cuenta con la adhesión de muchos estudiantes, que no la darían para otra cosa por ahora; como es probable que si los grupos políticos contaran con posibilidades de actuación extrauniversitaria —y siempre en el anterior supuesto— renunciaran a toda acción perturbadora dentro de la Universidad. En todo caso, ¿es conveniente que se vincule oficialmente la protesta estudiantil a la acción de dos pequeños grupos de paracaidistas del imperialismo chino y ruso? ¿No es tanto como facilitarles los fines propagandísticos que se proponen? ¿O es qué interesa defender el “statu quo” universitario con todos los argumentos disponibles?

—¿Cree usted que estamos en el crepúsculo de las ideologías?

—No creo en el crepúsculo de las ideologías. En los últimos cincuenta años, hay una evolución rápida, un progreso técnico en aceleración creciente que ha creado nuevas condiciones de vida. Los medios de comunicación y transporte, la fibra sintética, los plásticos, los modernos procedimientos para la construcción, la mecanización de los procesos industriales, los nuevos productos químicos, la electrónica, la automatización… pero, por otra parte, la evolución social y moral están increíblemente retrasadas. Las antiguas Instituciones milenarias no han cambiado; simplemente se han deteriorado, persistiendo sólo en sus apariencias exteriores inmutables. Derrotada Alemania y hundido estrepitosamente el imperio británico, las naciones formadas en el curso de la historia perdieron su  soberanía, hoy en manos de los gigantes que se disputan la hegemonía mundial, chocando constantemente en la periferia de sus órbitas en pequeñas guerras hipócritas y crueles que amenazan con acabar, en algún momento, con el precario equilibrio del terror, del que es fruto la paz de que dispone el mundo.

Las ciudades han crecido anárquica y monstruosamente invadiendo los antiguos espacios disponibles para el esparcimiento de los niños. Por otra parte, el aumento del tráfico hace indeseables los traslados urbanos, ilusorios los juegos infantiles e incómoda la vida en la ciudad. Las familias en cuyo seno convivían tres y a veces cuatro generaciones, se han quebrantado gravemente. Los viejos y los niños, perdido ya su tradicional y aleccionador contacto, escuela de experiencia y cariño, se consideran cargas insoportables que se llevan a regañadientes. Y muchos viejos, que no tienen el atractivo de la herencia, viven solos en sus hogares sórdidos y mueren abandonados. La autoridad paterna y marital está en crisis; mientras, las exigencias sociales, educativas y formativas, y aun los incentivos para el placer, son mayores que nunca para la juventud. La amistad, ese sentimiento generoso a veces más que fraternal, se va haciendo más rara cada día. Consecuencia de esta situación son las toxicomanías, el aumento de los suicidios, la plaga de la delincuencia juvenil y las neurosis sociales, que incluso en nuestro medio, hasta hace poco resistente, se pueden comprobar en mayor número cada día. El hombre se siente solo y desgraciado ante la distancia que media entre sus necesidades, en parte artificialmente creadas por la publicidad comercial y sus recursos siempre insuficientes. Cree que le tocó vivir una época mágica en la que todo es posible para hoy o para mañana, el trasplante de órganos y aun del cerebro, la invasión de la tierra por los marcianos o la emigración masiva a otros planetas, la resurrección de un cadáver congelado a muchos grados bajo cero durante años o la creación artificial de la vida; pero comprueba cotidianamente, que sus problemas son los de siempre y que la voluntad propia apenas vale para resolverlo; desea seguridad y halla inseguridad, justicia y encuentra una injusticia, amor y tropieza con el egoísmo ajeno; fe, firmeza, tranquilidad, libertad, y sólo ve a su alrededor escepticismo, inquietud, flojedad y opresión. Por otra parte, conmovidas sus creencias, perdió toda perspectiva fuera de sus horizontes inmediatos.

Una situación así ¿pueden resolverla los tecnócratas?, ¿qué fórmula técnica podrá ser útil para que el hombre se encuentre a sí mismo y redescubra a Dios, Señor del Universo?

No; No creo en el crepúsculo de las ideologías; o mejor aún, no creo en el crepúsculo vespertino de las ideologías; sino en el matutino, en una nueva aurora que anuncia el florecimiento de ellas. Hay demasiados ejemplos en el mundo actual para comprenderlo y para esperarlo. Lo que ocurre es que las dictaduras capitalistas o comunistas siempre “democráticas”, hipócritas, suaves o brutales según los casos, puesto que poseen todos los resortes del poder, obligarán a los idealistas a mayores esfuerzos y los expondrán a mayores riesgos, incluyendo el del extravío.

—¿Cómo ve a la actual juventud española: idealista, interesada, escéptica, conformista, “aburguesada”…?

—Hay de todo. Y no sé en qué proporción. En términos generales, la juventud española de estos años, es mejor de lo que fue la nuestra. Claro que a la hora de enjuiciarla no puede prescindirse del ambiente y de todos sus ingredientes sociales y políticos. En estos aspectos, la juventud de los años inmediatamente transcurridos no tuvo ocasión de rebelarse. No hay que olvidar que encontraron estructuras tradicionalmente viciadas a las que los años  han venido añadiendo nuevos vicios. Insertos en un orden aparentemente, en estructuras socioeconómicas anárquicas, con el lógico corolario de la dominación de los más fuertes, los jóvenes han ido adaptándose, o mejor reformándose, como los demás ciudadanos. Pero me parece que los jóvenes de hoy, los menores de 25 años ahora, son más exigentes y de mejor calidad aún y que tratarán de transformar la sociedad para mejorarla. ¡Dios quiera que no me equivoque, porque las esperanzas del mañana, no pueden ponerse en los hombres de ayer! ¡Lástima que el magisterio de la experiencia nuestra esté tan dificultado!

—¿Se acuerdan las clases dirigentes actuales del truncamiento de 1936?

—Sinceramente creo que no.

—¿Apoya usted el ingreso total de España en el Mercado Común?

—Todavía no he comprendido bien lo que puede hacer España en la Europa de los banqueros. Ellos ya tienen su campo de operaciones, su espacio protegido y sólo admitirán a España si es un buen negocio. Bueno para ellos, se entiende. No creo en la generosidad de los banqueros europeos, ni de otros continentes. Ellos no tienen “hermanos pobres”, sino clientes. España produce menos de lo que consume, ¿qué podemos ofrecer nosotros? ¿Las playas y el sol? Ya los tienen, mientras lo deseen, a precios reducidos. ¿Nuestros trabajadores?: ¿no tienen ya medio millón a domicilio y en buenas condiciones? ¿Nuestros consumidores?, arruinaremos la industria nacional que en buena parte ya no es nacional, pero que está dentro de nuestras fronteras y nos endeudaremos. Tendrá que aumentar la emigración y los “incentivos” para los turistas y al final no habrá para pagar más que las divisas de los emigrantes, los agrios y el dinero de los turistas mientras vengan.

—¿Qué le parece el Plan de Desarrollo?

—La influencia francesa sobre la política española es cosa notable. Hay políticos que se creen perfectamente informados de lo que ocurre en el mundo, porque leen “Le Monde” y no es difícil encontrar la huella francesa en muchas de las disposiciones legales españolas. Es esta una muestra de un vicio arraigado en nuestro pueblo: el papanatismo nacional. El Plan de Desarrollo fue obra de los franceses, no materialmente por supuesto, sino en tanto que en sus planes, más o menos fracasados, está la inspiración del primer plan nacional.

Yo no soy economista, ni lo deseo, pero tengo sentido común y pienso que una planificación indicativa en nuestro medio y probablemente en todos los medios en que rige el capitalismo liberal, será un éxito o un fracaso, en función de los “incentivos” que contenga para la iniciativa privada, monopolizada por el capitalismo. Si el incumplimiento de las indicaciones es más rentable que su cumplimiento, que, además, no es obligado, es inútil pensar que las indicaciones van a ser cumplidas. Por otra parte, si los “incentivos” fueran enormes, aparte de que esto puede suponer la concesión de privilegios intolerables e inmediatos, a expensas del resto de la población, aunque a la larga puede redundar en beneficio de ella, queda el hecho de que ha habido y hay ciertas actividades económicas que nunca podrán ser igualadas por los “incentivos” de la planificación, aunque fueran enormes. Me refiero, por ejemplo, a la especulación de solares.

La pretensión de conducir a los capitalistas con exhortaciones y pequeñas ventajas, al desarrollo económico de la nación en la forma más conveniente para ella, es parecida a la de llevar siete gatos con una caña, como hacían con los pavos los antiguos paveros desde la plaza de Roma a la Puerta del Sol.

Por otra parte he leído que la planificación vinculante, la que se refiere a las inversiones públicas, inspiradas desde luego en el principio de subsidiariedad, debió suponer en la práctica, algo menos del 65 % de lo previsto.

¡Pero qué hemos de hablar de otro Plan de Desarrollo! ¿No vio cómo en vísperas de entrar en vigor el segundo Plan ya preparado hubo que devaluar la peseta, según se dijo, por la devaluación de la libra, a pesar de que todos los países limítrofes o cercanos no devaluaron sus monedas?

—¿Cree usted que tos ingleses nos devolverán finalmente Gibraltar?

—No soy un profeta, pero nací a 500 metros de la bandera inglesa, en el suburbio de Gibraltar que era y es La Línea y creo que con los métodos empleados hasta ahora no lo devolverán. Es posible, no obstante, que dada la sensibilidad de los ingleses a lo económico, se lograra avanzar con el cierre total de la frontera. Pero éste requiere solucionar antes el problema de los trabajadores españoles, en forma tal, que tengan los mismos o mayores ingresos que los actuales. Mis paisanos no tienen por qué ser los únicos españoles que se sacrifiquen por un objetivo nacional.

Lamentablemente hemos perdido el momento de crear un partido español entre los llanitos, que si no son españoles, tampoco son ingleses. “Rock scorpio” en la terminología británica familiar cuando yo era joven. No tenemos la ayuda desde dentro, ni desde fuera. Desgraciadamente los acuerdos de la ONU son puras monsergas.

Recuerde además las declaraciones del Almirante de la Sexta Flota americana. Y los ingleses —como las viejas ricas arruinadas— se aferran a los restos del pasado glorioso. Por otra parte, resulta más barato y más fácil conservar Gibraltar que conservar Adén.