Mezclar mentiras con verdades es la mejor forma de mentir. Porque somos benevolentes con nosotros mismos, y nos enfocamos únicamente en la porción de verdad que hemos descubierto, asumiendo todo lo demás sin prestarle atención.
Y así funciona el mundo moderno, una expresión vaga porque es difícil de definir la entidad del enemigo al que nos enfrentamos, pero cuya perversión podemos calibrar por la magnitud de su destrozo: te han robado la familia, el trabajo, la patria y la fe, y todavía lo celebras a ritmo de maraca caribeña porque eres “democrático”. Le extiendes la alfombra roja al ladrón, y aún crees que el que manda eres tú.
Mentiras mezcladas con verdades para destruir todo lo bueno de nuestra civilización. Por ejemplo, el feminismo. Nadie con sentido común duda de que se han producido verdaderos abusos contra las mujeres, y que han sido minusvaloradas en muchas ocasiones. Reivindicar la igualdad de derechos y la dignidad de trato es justo y necesario. Pero junto con eso, si compras el “paquete” del feminismo, tienes que creer que ser madre es algo secundario y desligado de la felicidad, que ser ama de casa es indigno, que la feminidad es síntoma de represión, que el varón es un enemigo y que la familia es una cadena para tu libertad. Las consecuencias de esta ideología tóxica están a la vista. Nosotros queremos mujeres femeninas y hombres masculinos, viviendo en armonía. Lo demás es degeneración de ignorantes en el mejor de los casos y de malvados en el peor.
Otro caso es el marxismo. Es evidente que las condiciones laborales decimonónicas eran una nueva esclavitud, y que la rebelión contra la indolencia del capitalismo industrial estaba más que justificada. Pero mezclada con este anhelo de justicia envenenaron a los trabajadores con la idea de que podían vivir sin raíces, sin pasado, sin patria y sin Dios. De nuevo, el ser humano quedaba desorientado en un mundo hostil que no comprendía. Como con el caso anterior, toda ideología debe ser juzgada por sus consecuencias. Y para calibrar éstas, debemos preguntarnos si nosotros somos mejores que nuestros abuelos.
Por último, ha sucedido lo mismo con el ecologismo. Es innegable que la acción humana ha cometido aberrantes abusos contra la naturaleza, y que tales desmanes deben ser corregidos para vivir de una forma respetuosa con la naturaleza, verdadero reflejo de la bondad del Creador. Pero junto con este noble propósito nos han vendido un paquete mucho más amplio, basado en una idea fundamental: no hay diferencia alguna entre los animales y las personas. Y el que se oponga es un fascista ultramontano. De nuevo, hemos de observar las consecuencias. Han conseguido que creamos que somos animales, y encima vamos con la cabeza bien alta porque somos modernos y demócratas.
Por eso hemos de recuperar la capacidad de observar y razonar. De volver a diferenciar lo bueno de lo malo, la virtud del vicio. Porque no vamos a creer en cualquier imbecilidad con tal de no creer en Dios. Porque están derribando nuestro mundo, y encima nos dan palmaditas en la espalda. Porque nos están robando la vida verdadera, la patria verdadera, la fe verdadera, y a cambio nos dan un vale descuento en el Mercadona.