La democracia nos dice que vivimos en el mejor de los mundos posibles, y nos encadena a la mediocridad de una vida de rodillas haciéndonos creer libres.
La democracia es mentira: la masa siempre tiende a lo fácil, y una nación solo puede ser gobernada cuando se inspira en altos ideales indiscutibles, que no están en manos de la última encuesta o la penúltima moda. Nosotros lo tenemos claro: Patria, Dios y Justicia.
La mentira de la democracia en lo que se refiere a la educación nace de este mismo principio –democratizar la enseñanza- y ha alcanzado las mismas consecuencias –títulos sin valor alguno, mediocridad e ignorancia-. Y, de ahí, al porro y el botellón.
Así, como los títulos de la educación pública carecen de valor y se obtienen sin demostrar mérito alguno, los estudiantes españoles se ven forzados a estudiar hasta los treinta años, encadenando másteres y prácticas no remuneradas para tener algo que valga la pena. O a emigrar. Pero, como decía Miguel Delibes en la primera página de su novela El camino, ¿qué profesión puede ser tan complicada que requiera veinticinco años de estudio?
Para conocer la verdad sobre algo, sólo es necesario escuchar lo que dice la democracia y darle la vuelta. ¿Interrupción del embarazo? Matar a tu hijo. ¿Derecho a decidir? Traicionar a la patria que te legaron tus antepasados. ¿La generación “mejor formada de la historia”? La generación que no puede tener hijos, ni casa propia, ni trabajo ni futuro y tiene que estudiar hasta los treinta años porque la educación que le habéis dado no vale de nada.
Y no vale de nada porque en los institutos de España no se exige nada. Una silla podría obtener el título de Bachiller. No se exige rigor, ni esfuerzo, ni disciplina y, mucho menos, conocimientos, que son la clave para enfrentarse a la vida.
Y esa es la inflación educativa. Acumular títulos que sólo sirvieron para entretenerte mientras la vida se te pasaba de fiesta en fiesta y de Facebook en Twitter, que eran los escaparates donde escondías lo perdido que estabas, hasta que cumples treinta y dos años y te das cuenta de que tus padres, a esa edad, ya te enseñaban a atarte los cordones y a poner el mantel en la mesa, mientras tú no sabes si podrás pagar el alquiler del piso compartido donde vives con los colegas, entre «minijobs» y ofertas del Carrefour.
¿La generación mejor formada? La vida es servicio a la patria y preparación para el encuentro con Dios. Y los demócratas tendrán que mirarse al espejo antes o después y ver lo que han hecho con una juventud a la que lo único que han enseñado en las aulas es relativismo moral («cada uno que haga lo que quiera»), sexualidad barata e inglés, transmitida por un profesorado apesebrado en la próxima nómina y en una incompetencia oceánica que besa las botas de los que han aplastado el sistema educativo.
Como dijo José Antonio -y como nos sigue diciendo desde las estrellas-, los falangistas queremos «rehacer la dignidad del hombre para sobre ella rehacer la dignidad de España».
Y, por eso, nosotros lo tenemos claro. Decirle a un joven que las cosas se consiguen sin esfuerzo es degradarlo de por vida y buscarle ya, de antemano, un lugar preferente en la cola del paro. Porque la democracia te hace creer que la vida es fácil y que puedes vivir del trabajo de los demás.
Frente a esto, la verdadera revolución somos nosotros. Virtud, honor y esfuerzo en las aulas. Educación de verdad para que con dieciocho años ya seáis hombres y mujeres hechos, maduros, alegres y confiados en vuestra fuerza, en la Patria que os ampara y protege pero que también os pide el mayor esfuerzo, que es la forma en movimiento del amor.