La polémica del día en Cataluña no ha sido la cancelación del congreso mundial de telefonía móvil por culpa de un virus que amenaza con propagarse por todo el mundo como otro producto «made in» China.
La polémica ha sido la intervención de la alcadesa de Vic y diputada del partido de Puigdemont en el parlamento catalán. Polémica interesada y que se queda en lo superficial pero que no entra en lo que de verdad importa.
Defiende esta representante de la enfermedad separatista que desde la Generalidad se han de impulsar medidas para que los catalanes hablen en catalán con la gente que tiene un aspecto físico diferente al de catalán. En seguida, sus supuestos «adversarios» no separatistas la han señalado como racista y supremacista que eso es un insulto muy cotizado en la política de hoy… Pero las razas y las diferencias de «aspecto» existen en el mundo y todos las vemos a diario en este mundo globalizado del siglo XXI.
El problema no es que alguien diga que existen diferencias raciales o de aspecto y que éstas nos hagan pensar que alguien es de un país determinado o tiene una cultura de tal sitio,… esto es una obviedad de esas que hoy no se pueden decir.
El problema es que esta señora piense que hay diferencias raciales o de aspecto entre catalanes autóctonos y el resto de españoles. Pensar esto tan descabellado es sólo posible con la ceguera que provoca la estupidez secesionista. En Cataluña, como en el resto de tierras de España es difícil encontrar a alguien que no tenga como poco un abuelo de otra región. Defender estas supuestas diferencias no es ser «racista», es ser una estúpida integral envenenada de odio separatista.
Pero más allá de esta cuestión ruidosa sobre el racismo, lo que de verdad es muy grave, es que los que gobiernan en Cataluña hagan a sus ciudadanos hablar en una lengua u otra. Como se ve, no es sólo en las escuelas o en la administración pública donde se obliga a usar el catalán con el fin de fomentar el odio a lo español y no para preservar la riqueza cultural de una lengua. También se pretende aplicar en todo el ámbito privado pisoteando la libertad de hablar la lengua que a cada uno le venga en gana.
Y mientras, los políticos «supuestamente» contrarios a la destrucción de España se quedan en la salsa del «racismo» y pactan y ceden y hablan y se acuestan junto con los que sí quieren romper España. Ésto, por desgracia, no es nuevo. Lo llevamos padeciendo todas estas décadas de régimen del 78. Por culpa de esta maldita Constitución estamos frente al precipicio en una situación extrema de difícil retorno… Salvo que al pueblo español se le acabe la paciencia, coja conciencia y termine con este régimen y con sus partidos políticos.