Los patriotas de Blanquerna son lo mejor de nosotros. Todos querrían haber estado allí –aunque no lo confiesen-. Todos –incluso los que os critican, blandiendo una moral de petiminí, una ética de salón y etiqueta manchada de sangre-, envidiamos vuestro arrojo, vuestra determinación y valentía. Lo que hicísteis vosotros, patriotas, allí, habría que hacerlo en tantos otros sitios. En la bolsa, cueva de ladrones donde toda indecencia tiene su asiento. En las clínicas abortivas, donde convencen a las mujeres de que las liberan matando a sus hijos. En los parlamentos autonómicos, donde fabrican naciones de cartón piedra con tal de no ser españoles. O en los bancos, donde te roban tu tiempo, tu dignidad y tu trabajo con una sonrisa de guante blanco.

Mañana os juzgarán, patriotas. Pero sois vosotros los que deberíais juzgarnos a los demás.

Vosotros habéis esgrimido la única ley que debe regir los destinos de la persona: la nobleza. Nobleza es luchar por la patria aun conociendo los ataques que íbais a recibir. Por eso los jueces deberíais ser vosotros. Y el pueblo español, sentado en el banquillo de los acusados.

Vosotros nos habéis enseñado lo que significa la fidelidad. Cuando ni los propios españoles se acuerdan ya de su patria, cuando los enemigos de la nación encuentran su mejor cómplice en los españoles que callan mientras vejan a su padre, vosotros habéis levantado la bandera, la de vuestros padres y abuelos, para que ondee en el viento de nuestra mala conciencia. Por eso, es el pueblo que calla quien debería sentarse en el banquillo de los réprobos.

Vosotros nos habéis enseñado lo que es patriotismo. Amar a España aun cuando ella misma os da la espalda, demostrando que a España hay que amarla aun a pesar de ella misma, y que amáis a España porque no os gusta.

Vosotros, patriotas de Blanquerna, sois la semilla.

Algunos estamos aquí por vosotros. Porque un día os vimos por la televisión.

Y vamos a seguir vuestro camino.