Con motivo del 115 aniversario del nacimiento del abogado y político José Antonio Primo de Rivera, recogemos una pequeña muestra de su pensamiento, expresado en sus discursos y escritos durante sus seis años escasos de vida política: 1930-1936.
José Antonio ofrece un diagnóstico, no un veredicto. La unidad es el remedio contra la división, en su tiempo señala las causas de ésta última: separatismos locales, lucha de clases y partidos enfrentados electoralmente. Esa unidad como remedio se realiza en torno a una misión concreta que distingue a esa nación entre las demás. Para José Antonio la unidad es lo deseable y la división el mayor de los males. Su crítica frente al capitalismo y al socialismo se concreta en la desunión que ambos conllevan para los pueblos y las personas. José Antonio critica al individualismo porque desgaja a la persona de su entorno y la reduce a individuo. En su única intervención filmada reduce a uno los problemas de España: la triple división.
José Antonio insiste en la superación del binomio izquierda y derecha. Esa causa de quiebra no es otra que una enfermedad moral europea: el liberalismo económico y el liberalismo parlamentario.
El proyecto sugestivo de vida en común que enuncia José Ortega y Gasset, en José Antonio se convierte en unidad de destino en lo universal. Esa realización requiere la construcción de un mito, el mito nacional, que en la Europa de entreguerras del siglo XX se enfrentaba resueltamente contra el mito comunista y refutaba el parlamentarismo por ineficaz. El origen neto y proletario de los activistas fascistas impregnaba a los nuevos nacionalismos de una vocación social con el recurso constante del líder a las masas. La nación se convierte, al decir de Miguel de Unamuno, en el espacio de la solidaridad. Las distintas clases comparten un nexo, la identidad nacional que va más allá de la cultura, del idioma, la tierra y de la Historia pero se encarna en ellos. La idea de nación como destino común, con una misión universal.
Arriba
El grito elegido no es viva, sino arriba. Su origen está en el vallisoletano y regeneracionista Macías Picabea. Es la antítesis del romanticismo que no se regodea en interpretaciones gruesas del pasado. El abogado Primo de Rivera no se resigna a convivir con la España chata y alicorta. “Si España fuese un conjunto de cosas melancólicas, faltas de justicia y de aliento histórico, pediría que me extendieran la carta de ciudadano abisinio; yo no tendría nada que ver con esta España”. La justicia y el sentido de la historia, la misión en palabras de Julio Ruiz de Alda, héroe del Plus Ultra, forman parte indisoluble con la idea de patria en José Antonio, una idea dinámica: destino, proyecto, unidad en los hechos, sin determinismos territoriales ni fatalismos raciales. José Antonio centrará la representación política y laboral en sindicatos y municipios, abolirá la lucha de clases mediante la cesión de los medios de producción a los sindicatos y levantará una idea de nación como proyecto para disolver el romanticismo desmayado del separatismo de terruño.
La norma: José Antonio universitario
José Antonio, pese a sus circunstancias familiares, no es un guerrero. La profesión de las armas era la tradicional en sus dos apellidos y él fundará un partido uniformado al gusto de la época pero entre Milicia y Derecho, optó por la ley de los hombres. La Universidad era su ambición y Ortega y Gasset con Miguel de Unamuno sus maestros. En “Germánicos contra bereberes”, José Antonio, hijo del pacificador de Marruecos, opta por lo europeo y construye una discurso de nueva civilización, un retorno al clasicismo “de nosotros mismos” y una llamada a la primera vocación europea de España.
En el despacho de José Antonio había dos retratos, uno de su padre y una foto dedicada de Benito Mussolini. El líder italiano, quien contaba a Churchill entre sus admiradores hasta 1939, había sido un revolucionario de huelga, deserción y tiroteo. Lenin había asegurado que el único marxista ortodoxo de Italia era el joven Mussolini. Desde el periódico Avanti, el periodista Mussolini nacionaliza el socialismo, de cuyas filas procedía. Proclama la juventud de Italia, una nación proletaria que cruza el Mediterráneo para levantar colonias en Libia, Etiopía y Abisinia y civilizar África. El nacionalismo de una patria joven en torno a los signos de Roma. Mussolini había dicho: “Civilización y humanidad para todas las poblaciones de Etiopía (…) Los ingleses usan armas y látigos, nosotros empuñaremos palas y picos”.
Anticapitalista
Primo de Rivera se sitúa frente al capitalismo: “El capitalismo era, desde el principio, el gran enemigo del obrero, al que reclutaba en las filas anónimas de la fábrica, y era también enemigo del pequeño capital, porque absorbían y aniquilaban las fuentes de producción, sustituyendo al hombre, al industrial pequeño, por unas cuantas hojas de papel, sin nervio ni corazón. El capitalismo convertía a los hombres, los trabajadores, en proletarios, es decir, en individuos que, apartados de los medios productivos, esperaban al cabo de unos días un salario por la prestación de un trabajo abrumador”. José Antonio señala la responsabilidad que ha tenido en ese proceso la acumulación de capital. “Este gran capital, este capital técnico, este capital que llega a alcanzar dimensiones enormes, no sólo no tiene nada que ver, como os decía, con la propiedad en el sentido elemental y humano, sino que es su enemigo”. La acumulación de capital supone concentración del existente, con lo que la riqueza huye de las manos de las clases medias, que siguen un proceso de proletarización. “Primo de Rivera reconoció el valor predictivo de los enunciados marxistas (acumulación de capital, proletarización, desocupación consecuente al maquinismo y quiebra social del capitalismo), pero censuró el internacionalismo soviético, así como su materialismo, extremo este último en el que lo equiparó al liberalismo económico”.
En junio de 1936, desde la cárcel de Alicante, Primo de Rivera advierte “la quiebra del régimen liberal capitalista y la urgencia de evitar que esta quiebra conduzca irremediablemente a la catástrofe comunista, de signo antioccidental y anticristiano. En la busca del medio para evitar esa catástrofe, Falange ha llegado a posiciones, doctrinales de viva originalidad”. Al autor le quedaban entonces menos de ciento cincuenta días de vida.
Tras su paso por las filas monárquicas, siendo diputado en las Cortes de la República, José Antonio reconoce que “cuando el mundo se desquicia no se puede remediar con parches técnicos; necesita todo un nuevo orden. Y este orden ha de arrancar otra vez del individuo”. En el número 1 de Haz explica por qué “a veces siento pirandelliana angustia por la suerte de tantos auténticas vidas que sus protagonistas no vivieron”. Repudia José Antonio la intranscendencia de las multitudes paupérrimas, tanto del marxismo aplicado como del hacinamiento industrial. En el acto de la Comedia, José Antonio señala como basta alejarse “a unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontramos con tugurios infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de decoro casi infrahumano. Y os encontraríais trabajadores de los campos que de sol a sol se doblaban sobre la tierra, abrasadas las costillas, y que ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas”.
La misión
Este predominio de lo espiritual se ve refrendado en la misión que José Antonio consideraba que tenía su generación. “Tener el valor de desmontar el capitalismo, desmontarlo por aquellos mismos a quienes favorece, si es que de veras quieren evitar que la revolución comunista se lleve por delante los valores religiosos, espirituales y nacionales de la tradición. Si lo quieren, que nos ayuden a desmontar el capitalismo, a implantar el orden nuevo. Esto no es sólo una tarea económica: esto es una alta tarea moral”.
Es la mesa redonda en torno a la cual la joven aristocracia falangista promete proteger al débil y renunciar a sus privilegios de casta. La organización falangista tendrá el tono militante de la época. “Es preferible dirigirse a estos combatientes como guerreros antes que como seres humanos, pues los guerreros respetan códigos de honor y los seres humanos –en su calidad de tales- carecen de los mismos”.
El 29 de octubre de 1933, José Antonio desea que el micrófono “llevara mi voz hasta los últimos rincones de los hogares obreros, para decirles: sí, nosotros llevamos corbata; sí, de nosotros podéis decir que somos señoritos. Pero traemos el espíritu de lucha precisamente por aquello que no nos interesa como señoritos; venimos a luchar porque a muchos de nuestras clases se les impongan sacrificios duros y justos”. Añade con precisión: “Nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos”.
Gustavo Morales
Fuente: https://www.despiertainfo.com/2018/04/24/jose-antonio-115/