La idea del Gobierno de Cantabria de insertar una semana de vacaciones cada dos meses ha conseguido provocar un debate. Unos a favor, otros en contra. Pero todos engañados. En los últimos tiempos ha habido propuestas e iniciativas parecidas: ampliar o reducir la duración de las clases, insertar más o menos recreos, incluir dos -o más- profesores por aula, suprimir las asignaturas en aras de una educación “interdisciplinar”, y un largo etcétera.

Es como intentar apagar un incendio a soplidos, o vaciar el mar a sorbos. La ceguedad de los responsables de educación se debe las más de las veces a ignorancia, en ocasiones a pura maldad. Porque hablar de la distribución de las vacaciones o de cualquier otra nimiedad como si ese fuera el problema, mientras nuestros jóvenes son degenerados por un sistema educativo que premia la vulgaridad, la vagancia y la irresponsabilidad por encima de todo, es de una inconsciencia suicida.

Mientras se pueda pasar de curso con ocho asignaturas suspensas -y por tanto aprendiendo que el esfuerzo no vale de nada-, estas medidas son cursiladas de una progresía que aún no ha superado su época de camisetas del Che Guevara, que vive en una eterna adolescencia de irresponsabilidad, y que todavía no se ha dado cuenta de que la película de El club de los poetas muertos es una gran mentira.

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Precisamente porque en esa famosísima obra cinematográfica se sustituía el lema de la escuela “Honor, tradición, disciplina y grandeza” por “Travesura, horror, decadencia y pereza”. Y en esas estamos.

Mientras se pueda faltar al respeto a un profesor -y así se entienda que la autoridad no existe, en la peor tradición del igualitarismo por abajo más abyecto-, estas medidas son humo.

Mientras se regalen los aprobados como hasta ahora y se enseñe, de tal manera, que esforzarse es lo mismo que no hacerlo, se seguirán creando unas generaciones vagas, relativistas, comodonas y engreídas que creerán siempre que el mundo les pertenece, que no tienen deberes sino sólo derechos, y que el mundo está en permanente deuda con ellos.

Mientras se pueda copiar en un examen sin ninguna consecuencia, los alumnos seguirán aprendiendo que la verdad, la decencia y el honor son conceptos del pasado que no sirven para nada. Y tienen razón. En el mundo que han creado, sólo apartando de nuestra vida estas virtudes se puede llegar lejos.

Mientras las ideas de fe, patria, honor y entrega estén prohibidas en las aulas, seguirán degradando y animalizando a la persona a partir de su diabólica ingeniería social para corromper el mundo que heredamos de nuestros abuelos.

No son los horarios. Ni las vacaciones. Ni la pizarra digital. No se trata de más o menos horas de inglés, literatura o informática.

Es saber que la educación tiene el deber de elevarnos mediante la auto exigencia y la cultura, y no de degradarnos haciéndonos creer que todo vale lo mismo, que da igual vivir de cualquier manera.