El organismo internacional, cuestionado desde sus comienzos por su parcialidad y obediencia a las naciones líderes del Nuevo Orden Mundial, se ha quitado la máscara. Si ya desde lejos se veía cómo sus resoluciones de condena a crímenes contra ciertos pueblos resultaban inútiles, al ser vetadas por las resoluciones en contra, por los países lacayos y sumisos al lobby de los innombrables, ahora, por su descaro, queda en evidencia aún más si cabe.
Si la ONU velase de verdad por los derechos de los más vulnerables, no hay mayor vulnerabilidad que la de los niños no nacidos asesinados en los vientres de sus propias madres. Hacer del crimen de millones de inocentes un «derecho» es posicionarse contra el derecho a la vida. No hay mayor derecho humano que el derecho a la vida. Si se cuestiona ese derecho contra quienes no han cometido falta alguna, se abre la puerta al genicidio de quienes contravengan las directrices impuestas por esta institución. Nos dirigimos hacia la prohibición y persecución de quienes son portadores de valores de orden natural y espiritual como somos los cristianos.
Una cosa era la ley del embudo, con la permisividad a ciertos regímenes de cometer crímenes atroces si eran «amigos» de los amos, frente al acoso y derribo de quienes alzaba su voz, acorralados por los fabricantes de opinión de esa maquinaria funesta. Y otra, ya no sólo contra el derecho natural sino contra la más mínima razonabilidad, el catalogar un tipo de asesinato nada menos que como un «derecho».
Toda credibilidad, ya mermada por la historia misma de esta institución, queda anulada para la gran mayoría de personas, no sólo cristianas, sino también musulmanas y de otras religiones que conocen el crimen que se comete con el aborto indiscriminado. Y si la mayor parte de la población del planeta se manifiesta contraria a esa barbaridad… Aún desde el punto de vista democrático -y que conste que, aunque fuese al revés, una mayoría no legitimaría un crimen- valor abanderado y aclamado por esa institución, esa resolución atenta contra esa mayoría.
¿A quién obedece, pues, la ONU, y qué hoja de ruta sigue con tales atropellos? Ni sus corruptos dirigentes ni los que, desde bambalinas, dirigen los títeres de sus asambleas, pueden otorgarse la capacidad de convertir el crimen en «derecho».
Ya es hora de destapar los verdaderos fines y obediencias de esa decadente organización.
Simón de Monfort
(Desde el frente de batalla, en la lucha contra el DAESH)
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