Es conocido, aunque ni difundido ni exaltado por el lobby de la memoria, vinculado mayoritariamente a las tendencias neocomunistas, que en 1947, cuando estalló la noticia que la URSS retenía en campos de concentración, en el GULAG, a «republicanos», a «demócratas y luchadores por la libertad» según la terminología al uso, el PCE, con su mando establecido en la URSS bajo el férreo puño de Dolores Ibárruri, la Pasionaria, tras el oportuno salto por una ventana de su rival y máximo dirigente del partido, enfermo de cáncer, en 1942, no solo no hizo nada por aquellos «camaradas» sino que casi los acusó de ser agentes de Franco. De muy poco sirvió la campaña promovida por el autoproclamado Gobierno de la República en el exilio, que la URSS nunca reconoció, y aquellos hombres siguieron dejando la vida en los campos de concentración comunistas, mientras el PCE guardaba silencio sepulcral, porque aquellos españoles, unos dos centenares como mínimo, eran una anécdota entre los millones de personas que pasaron por el Gulag en los años de Stalin.

Prisioneros de la DA

Si esta fue la actitud del PCE con respecto a unos «republicanos» internados en el GULAG, lógicamente, poco podían esperar de la dirigente comunista los prisioneros de la División Azul (DA).

Internamente el PCE había tenido que reconocer que la inmensa mayoría de aquellos combatientes era voluntarios ideológicos, obteniendo nulo resultado las unidades de propaganda nutridas con miembros del PCE que actuaron intentando minar la moral de los divisionarios buscando deserciones masivas (pronto asumieron que la perorata ideológica era inútil, por lo que recurrieron a argumentaciones menos prosaicas como conservar la vida o tener mejor alimentación, con similar resultado). En la DA y en la Legión Española de Voluntarios (LEV) las deserciones hacia el enemigo por estrés o fatiga de combate se podrían situar en torno al medio centenar sobre un total de 45.000 hombres, cifras absolutamente irrelevantes. Pero no nos vamos a ocupar de estas.

Que Pasionaria y el PCE no movieran un dedo en favor de aquellos españoles no debiera sorprender; no tanto cuanto entre el grupo de desertores ideológicos, en gran parte alistados para pasarse, había excombatientes republicanos, algún anarquista, comunistas y miembros del PSOE-JSU a los que tampoco prestó ayuda o auxilio. Unos hombres para los que no existe memoria histórica por lo inconveniente de su recuerdo ahora que tanto se habla y se rinden homenajes a los españoles presos en los campos de concentración alemanes.

Caso especial es pues lo referido a los desertores ideológicos de la División Azul –entre 34 y 44–, algunos –reiteremos– vinculados al PCE, que se alistaron con la intención de llegar al «paraíso comunista»; según el mito para «combatir al nazismo». Como veremos tampoco al PCE le importó su suerte y su destino lo más mínimo.

Cierto es que los desertores no suelen tener buena acogida en las filas contrarias y estos «pasados» no fueron una excepción, al fin y al cabo «Roma no paga traidores», pero una palabra de Pasionaria, de una perruna lealtad a Stalin, hubiera cambiado su situación.

A nadie debiera extrañar que inicialmente los soviéticos pusieran en cuarentena el reconocimiento de las razones ideológicas de su deserción, por lo que casi todos iban a correr la misma suerte que los prisioneros de guerra: campos de concentración para prisioneros. Solo en algún caso, probablemente por tener avales de su militancia política anterior en España, quizás del PCE, el evadido pasó a formar parte de las unidades de propaganda comunista que actuaron en la zona de operaciones de la División Azul (es el caso de Félix Carnicero). La única recompensa que obtuvieron la mayoría fue conseguir puestos de confianza en los campos de prisioneros (hacer méritos como confidentes o ser guardián): los más destacados llegarían a ejercer como brigadier (Manuel Landete, Antonio Canales, Nicolás Teruel, Rafael Torcuato, Gonzalo Barrera, Gabriel Pérez…); otros ejercerían de jefes de barraca (Carnicero, Valeriano Gautier, Domingo Pérez, Manuel Sánchez Perdigones, Barrigón, Sánchez Navarro, Vicente Montes…) y alguno no rechazaría el puesto de carcelero (Antonio Romero, el Cojo). Solo 17 de ellos, serían liberados para permanecer en la URSS como ciudadanos soviéticos entre 1948 y 1949, tras estar como mínimo entre 5 y 6 años en los campos de prisioneros; aunque en líneas generales fuera con mejores condiciones. Entre los méritos que les permitieron ocupar esos puestos y alcanzar el espejismo de la «libertad» estaba la tortura y el maltrato a los prisioneros españoles que se convirtieron en resistentes, para ellos simplemente «fascistas». Otros continuaron haciendo méritos para vivir algo mejor. Pero una parte de esos desertores ideológicos, junto con los otros desertores, sin embargo, continuarían en los campos de prisioneros, y, llegado el momento, volverían a España en 1954 (es el caso de Julio Jiménez Gómez militante de la JSU) o posteriormente (como Francisco Tejera, excombatiente republicano), casi siempre convertidos en anticomunistas (algo que también se dio entre los «republicanos» que estuvieron en el Gulag y pudieron salir de la URSS).