El pasado día seis, nuestro Jefe Territorial de Vascongadas, José Ignacio Irusta, se desplazó hasta la ciudad francesa de Toulouse para participar en las jornadas organizadas por nuestros camaradas del Partido Nacionalista Francés con el título «Memoria de las luchas anticomunistas: en el tiempo de las camisas», con las cuales se pretendía recordar el período de mayor intensidad de esa lucha en los años 30 y 40 del siglo pasado en Francia, España y Rumanía; a tal efecto, además de nuestro representante, intervinieron el presidente del PNF Yvan Benedetti y el miembro de la Guardia de Hierro rumana Radu Creanga.

Por nuestra parte, se hizo una exposición histórica para hacer ver a nuestros camaradas franceses que la historia moderna de España es una lucha constante contra el liberalismo y las ideas perniciosas del iluminismo masónico surgidas en Francia en 1789 e importadas a nuestro país por Napoleón. Desde 1808, el pueblo español se ha levantado innumerables veces, siempre tras una aparente pereza o displicencia, bajo una autoridad competente y de modo terrible y cainita contra todo intento de arrancarle su identidad y sus tradiciones, necesariamente unidas a la fe católica: el trienio liberal, las tres guerras carlistas, la revolución de 1868 y los proto separatismos cantonalistas, y la cruzada del 18 de julio del 36. Jamás, al contrario que en el resto de los países, una revolución, una unificación o una independencia en torno a dichas ideas liberales, ha marcado la identidad nacional. Es por ello, por la absoluta catolicidad de la historia imperial, evangelizadora y civilizadora de España, que esta historia se oculta y se desprecia; que la patria española se abomina como ninguna otra patria en el mundo; que se pretende su disolución con los separatismos; y que se recurre a una nación española revolucionaria nunca desarrollada como lo es ese falso ideal nacional de la segunda república y su bandera tricolor.

Se siguió con una disección filosófica de las absurdas ideas liberales que llevan sin solución de continuidad al comunismo, hijo lógico y necesario de aquéllas, y criatura del judaísmo internacional. Gracias al comunismo, esta raza nefasta que nada tiene que ver con la de Jesucristo ni con la religión de Moisés, ha logrado, en los últimos cien años, exterminar decenas de millones de europeos y demoler absolutamente los cimientos de la civilización occidental y de la Iglesia Católica.

A partir de estos presupuestos se puede comprender la gestación del ideal y de la doctrina falangistas de manos de sus tres fundadores, Ramiro, Onésimo y José Antonio, centrados siempre en su lucha contra el liberalismo y el comunismo: ante todo, defensa de una patria en peligro, concebida más como un ideal factible que como una simple colección de tradiciones, de genes o de creencias, que sin embargo forman también el sustrato de nuestra nación, pero no como un fin, sino como medios para un fin superior con vocación de eternidad. Una patria en peligro de división por los separatismos y por la lucha entre partidos. Un humanismo cristiano fundamentado en los valores intrínsecos de una criatura con alma espiritual que mira hacia Dios como su origen y fin último, y que cuenta con la ley natural como referente inquebrantable de su propio ser. Un ideal caballeresco y viril que marca un estilo, una moral, un saber estar, una férrea voluntad inasequible al desaliento, presta al sacrificio, a la renuncia y al martirio, si fuere el caso, y un actuar revolucionario, autoritario, directo y sin contemplaciones frente al error y al mal, con los únicos límites de la justicia y la misericordia que Dios nos muestra. Y sobre todo, una justicia social activa, fundada más en el deber de dar a cada uno lo que le corresponde que en la caridad, y mejor definida y llevada a la práctica que los consejos papales de la llamada doctrina social de la Iglesia, en la cual, sin duda, se inspira.

Quizá haya sido este último punto de doctrina la herencia más visible de un movimiento, el de Falange, que nunca se llegó a desarrollar en la práctica, por la muerte prematura de sus fundadores y pensadores; por la saturación producida en su seno a partir de julio del 36 con la masiva afiliación interesada de toda la derecha liberal de sesenta años de Restauración borbónica; por el resultado de la segunda guerra mundial que hizo incómodas para el gran público las ideas falangistas; por la demolición de la Iglesia tras el Vaticano II; y quizá también por una cierta idiosincrasia española contraria a los desfiles, los uniformes, la disciplina, los ideales y el sacrificio, en especial en tiempos de prosperidad y tripas llenas, debidos sin duda a las ideas de justicia social que la Falange dio a luz y puso en obra. Es por ello que, a la muerte de Franco, la derecha liberal representada por el Opus Dei y las chaquetas blancas de la falange de salón, sólo tardó siete años en poner a España en manos de su verdugo, y de aquéllos polvos, estos lodazales.

Son siempre minorías intelectuales de inteligencia formada y recia voluntad constante en su empeño las que acaban cambiando los pueblos, las sociedades y el mundo. Para bien, si la inteligencia es recta, la voluntad es buena, y se cuenta con la ayuda de la gracia, que viene siempre de arriba. Para mal en caso contrario. Los retos de nuestro tiempo son aún mayores que los que encararon nuestros fundadores: ya no son sólo el comunismo autoritario, la democracia liberal y el separatismo los problemas; ya no es sólo la patria lo que está en peligro. Ahora nos enfrentamos a un comunismo filosófico materialista y amoral mucho más sutil, inconsciente, nihilista, disolvente, extendido por todas las inteligencias del planeta como una peste, en el contexto de una revolución mundialista de indudable origen masónico: es la familia, la raza, la lógica de la inteligencia, la razón, la propia alma las que están en grave peligro de desaparición, hasta el punto de llegar a convertirnos en muertos vivientes. Las ideas originales de nuestros mayores deben ser revisadas y ampliadas para enfrentarnos a los nuevos retos.

El destino histórico de nuestra patria es la constante guerra contra el mal, el error y el vicio. Desde la reconquista contra los moros, continuada en América contra el paganismo y la ignorancia, en Europa contra el protestantismo, y cuando ya sólo nos quedaba la península, en nuestra propia casa, y más allá del Volchov, contra el liberalismo y el comunismo. Y está profetizado que nuestro futuro es acabar esa misión histórica dada por Dios con más batallas y más victorias en un futuro no muy lejano.