La escalada de precios que estamos sufriendo con el recibo de la luz nos demuestra, una vez más, el robo cometido con nuestros servicios básicos públicos. Sólo en el último año se ha encarecido un 50% la factura de un bien imprescindible que era público y se privatizó con la mentira liberal que la competencia ofrecería precios más económicos y mejores servicios.
Además ¡oh casualidad! han convertido los consejos de administración de las compañías eléctricas en la jubilación de oro de los políticos más poderosos.
A este escandaloso robo podríamos sumar en términos parecidos las privatizaciones de otros servicios básicos como las telecomunicaciones, la gasolina, las autopistas y también las cajas de ahorros que fundadas con dinero público (y plagadas de políticos ¡oh casualidad!) han ido desapareciendo para pasar a la banca privada -entre 2008 y 2009 se redujeron de 46 a sólo 5-.
Regalar a la gran empresa privada un servicio básico es condenar a los ciudadanos a aceptar sí o sí los abusos de quién, sin escrúpulos pero con lógica capitalista, quiere aumentar su beneficio todo lo que se pueda.
Por definición, estos sectores funcionan como oligopolios y no como libre mercado, reforzados más si cabe por una legislación que les protege. Por ejemplo, en España las leyes prohíben obtener libremente tu propia energía con sistemas como las placas solares.
La mayoría pensarán -pues así se lo han hecho creer-, que así son las cosas y que es imposible la implantación de otros modelos de gestión. Pero antes de que a los españoles se nos impusiera este régimen liberal del 78, España funcionaba con empresas públicas que garantizaban todos estos servicios básicos, siendo una potencia industrial en el mundo y con el pago de muy pocos impuestos. Por no mencionar que la inmensa mayoría de trabajadores tenía la posibilidad de formar familias y hogares siendo propietarios de una vivienda sin tener que hipotecarse de por vida y sin necesitar dos sueldos para sobrevivir.
Que nadie se engañe, no es nostalgia por un Estado que no fue el nuestro. Pero, por lo menos, fue un régimen que no era contrario a los intereses de los españoles como sí lo es éste que nos toca padecer. Un Estado que no exprimía a sus ciudadanos en beneficio de una casta política y empresarial que vive en el lujo desmedido sin más mérito que haber conseguido llenar sus bolsillos con el dinero de todos.