Nos enseña Goebbels que cualquier intoxicación que desee ser efectiva debe adaptar su nivel al más imbécil de sus destinatarios. Y una prueba evidente del creciente nivel de imbecilidad alcanzado por el género humano son las operaciones de falsa bandera perpetradas, diseñadas o auspiciadas por los Estados Unidos, cada vez más burdas y chapuceras. Hace más de un siglo, cuando su codicia imperialista se fijó en Cuba, los Estados Unidos tuvieron que masacrar la tripulación (mayoritariamente de raza negra) de un buque de su armada, el acorazado Maine, para que los imbéciles mundiales tragaran y ellos pudieran apropiarse de Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Guam y otras islas estratégicas del Pacífico.
Hace medio siglo, cuando quisieron justificar su intervención en la guerra de Vietnam, los Estados Unidos tuvieron que simular ataques contra barcos de su propia Armada, aunque ya no necesitaron matar a sus tripulantes para que los imbéciles tragaran. Hace quince años, a Estados Unidos le bastó con mostrar unas diapositivas de unos bidones arrumbados en un sótano para convencer a los imbéciles de que Sadam Husein guardaba armas de destrucción masiva.
Y ahora les bastan unos desperfectos en los petroleros que cruzan por el estrecho de Ormuz para convencer a los imbéciles de que hay que endurecer las sanciones económicas o declarar la guerra a Irán. ¡Ah, qué nostalgia de un mundo en el que los imbéciles, para tragarse las intoxicaciones, necesitaban que los intoxicadores organizasen pantomimas convincentes! ¡Oh, imbéciles de antaño, cuánto se os echa de menos!
Estos ataques se perpetraron, además, cuando las autoridades iraníes acababan de recibir al primer ministro japonés, Shinzo Abe, con la esperanza de que actúe como mediador en su conflicto con Estados Unidos. Uno de los petroleros atacados, aunque navegaba bajo pabellón panameño, pertenece a una compañía naviera nipona; y, según ha confirmado el Ministerio de Comercio del Japón, ambos buques portaban cargamentos con destino a este país. Y, en fin, el otro buque atacado contaba en su tripulación con once marineros oriundos de Rusia, que como todo el mundo sabe es socio preferente de Irán. O sea, los intoxicadores pretenden que nos traguemos que los iraníes, en su empeño psicopático por provocar un conflicto mundial, se dedican a atacar petroleros japoneses o con destino en el Japón, mientras reciben una legación japonesa que puede abrir una vía diplomática en la resolución de sus conflictos; y también que, en su vesania belicista, a los iraníes no les importa poner en peligro la vida de tripulantes rusos, para chinchar a Putin. ¡Olé sus huevos!
Ante una operación de falsa bandera tan burda uno debe hacerse la vieja pregunta que siempre se hacían los latinos: «Cui prodest?». Y enseguida concluye que beneficia a quienes desean provocar una guerra contra Irán, bien porque lo consideran una amenaza contra sus fronteras, bien porque es la única potencia chiíta que impide la hegemonía saudí en la zona, bien porque a la guerra comercial que se está tramando le conviene convertir en un avispero un país que proporciona salida al Índico a Rusia y también al Mediterráneo (a Rusia y a China) con el ferrocarril que está construyendo hasta Latakia, bien porque es la única nación que puede desafiar el imperio del petrodólar (como antes osaron hacer el Irak de Husein o la Libia de Gadafi), si logra normalizar sus relaciones comerciales. No sé si los iraníes son más malos que Satanás, como quiere la propaganda; pero, para perpetrar estas torpezas, necesitarían ser además más imbéciles que los que se tragan operaciones de falsa bandera tan burdas.