Los atentados islamistas que han ensangrentado París el 13 de noviembre de 2015 y han puesto de luto a numerosas familias francesas, fueron diseñados principalmente para matar a franceses de cultura o raza. Nosotros expresamos nuestro más sentido pésame y nuestro respeto. Este tipo de ataques nos conciernen a todos en la medida en que pueden alcanzar a todo el mundo.
Sin embargo, estos ataques eran previsibles y hacen pensar que tendrán su continuación en otros ataques más o menos llamativos y sangrientos, unos más que otros. Las medidas adoptadas por los dirigentes de República no tiene para nada como objeto detener estos actos de guerra, que se inscriben en la confrontación milenaria de larga duración entre el mundo cristiano y europeo y el mundo oriental y musulmán. Sino que con esas medidas han conseguido destruir el Ejército, que ya no es capaz de garantizar la defensa de Francia ni en el exterior ni en el exterior. También han destruido el sistema inmunológico, intelectual y mental de Francia a pesar de que son la primera fuerza de un pueblo.
Por tanto, no nos equivoquemos, estos sucesos servirán para fortalecer las leyes liberticidas en Europa, las cuales se desvían de su meta oficial para ser utilizadas una vez más contra los nacionalistas y más general, contra los que no son franceses renegados y sus camaradas de otros Estados de Europa que están codo con codo en la misma lucha por la defensa de la identidad blanca y europea de las Naciones de Europa.
Cabe destacar que, estos atentados dirigidos a restaurantes y lugares sin connotación especial (salvo información complementaria), han sido dirigidos también a lugares emblemáticos de esta sociedad decadente occidental «de pan y circo»: El Estadio de Francia, la meca del espectáculo deportivo (además, durante los ataques, la presencia de Holanda); el Bataclan, sala de espectáculos de judíos (que los islamistas habían amenazado ya por este motivo) y la emisión de música satánica.
Pero si son los islamistas el brazo ejecutor – es decir, activo -, de los hechos, el motivo debe hallarse en las clases dirigentes francesas y por extensión europeas, que son los agentes contratados por el mundialismo y la anti-Francia y la anti-civilización europea, en la que la cabeza pensante es el judaísmo político.
Su complacencia hacia los islamistas (recordemos, por ejemplo, que el Ministro del Interior Cazeneuve declaró el 5 de agosto de 2014, en la RTL abogar por que la Jihad no es un delito) y hacia la invasión que estamos sufriendo y que no dejan de alentar, no es sino su primera culpa: la pasividad benevolente; la segunda es haber desestabilizado el mundo musulmán o haber avalado esta desestabilización, desde Irak en el 92 a la actualidad en Siria, pasando por Libia y las «primaveras árabes», en gran medida tele dirigidas por Washington.
La solución de la cuestión islamista pasa por la lucha y la puesta en marcha de la incapacitación de los regímenes democráticos que han hundido a los pueblos de Europa desde 1789, y que mediante sus agentes debilitan y destruyen nuestra milenaria civilización francesa y europea. Más que nunca, la lucha nacionalista es vital para asegurar la supervivencia y la recuperación de Francia y de la civilización europea.
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