«Habéis querido, mujeres extremeñas, venir a acompañarnos en nuestra despedida. Y acaso no sabéis toda la profunda afinidad que hay entre la mujer y la Falange. Ningún otro partido podréis entender mejor, precisamente porque en la Falange no acostumbramos a usar ni la galantería, ni el feminismo.

Agustina de Aragón, María Pita, Santa Teresa de Ávila, Isabel La Católica y Beatriz Galindo

La galantería no era otra cosa que una estafa para la mujer. Se la sobornaba con unos cuantos piropos para arrinconarla en una privación de todas las consideraciones serias. Se la distraía con un jarabe de palabras para relegarla a un papel frívolo y decorativo. Nosotros sabemos hasta donde cala la misión entrañable de la mujer y nos guardaremos muy bien de tratarla nunca como tonta destinataria de piropos.

Tampoco somos feministas. No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla a su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva –entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos- todas las de perder. El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social a las funciones femeninas.

Pero por lo mismo que no somos ni galantes ni feministas he aquí que es, sin duda, nuestro Movimiento aquel que, en cierto aspecto esencial, asume mejor un sentido femenino de la existencia. No esperaríais sin duda esta declaración en boca de quien manda –inferior en esto a cuantos le obedecen- tantas filas magníficas de muchachos varoniles.

Mercedes Sanz-Bachiller, Mercedes Fórmica y Pilar Primo de Rivera

Los movimientos espirituales, del individuo o de la multitud, responden siempre a una de estas dos palabras: el egoísmo y la abnegación. El egoísmo busca el logro directo de las satisfacciones sensuales; la abnegación renuncia a las satisfacciones sensuales en homenaje a un orden superior. Pues bien: si hubiera que asignar a los sexos una primacía en la sujeción de esas dos palancas, es evidente que la del egoísmo correspondería al hombre y la de la abnegación a la mujer. El hombre –siento muchachos contribuir con esta confesión a rebajar un poco el pedestal donde acaso lo teníais puesto- es torrencialmente egoísta; en cambio la mujer, casi siempre, acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea.

La Falange también es así. Los que militamos en ella tenemos que renunciar a las comodidades, al descanso, incluso a amistades antiguas y afectos muy hondos. Tenemos que tener nuestra carne dispuesta a la desgarradura de las heridas. Tenemos que contar con la muerte –bien nos lo enseñaron bastantes de nuestros mejores- como otro acto de servicio. Y, lo que es peor de todo, tenemos que ir de sitio en sitio desgañitándonos, en medio de la deformación, de la interpretación torcida, del egoísmo indiferente, de la hostilidad de quienes no nos entienden y porque no nos entienden nos odian y del agravio de quienes nos suponen servidores de miras ocultas o simuladores de inquietudes auténticas. Así es la Falange. Y como si se hubiera operado un milagro, cuanto menos puede esperar en ella el egoísmo, más crece y se multiplica. Por cada uno que cae, heroica, por cada uno que deserta, acobardado, surgen diez, cien, quinientos para ocupar el sitio. Ved, mujeres, como hemos hecho virtud capital de una virtud, la abnegación, que es sobre todo vuestra. Ojala lleguemos en ella a tanta altura, ojala lleguemos a ser en esto tan femeninos, que algún día podáis de veras considerarnos ¡hombres!«

José Antonio Primo de Rivera

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