La nefasta Constitución del 78 y su corrupta democracia ha llevado a personajes como Carlos Mulet al Senado de la Nación. Que un imbécil de tal calado llegue a una institución como ésta, es, sin duda, la representación más clara de la inmundicia generalizada de todo este sistema que los españoles padecemos. Y nos recuerda la imperiosa necesidad de derrocarlo radicalmente.
Este senador no sólo está guiado por el rencor y la mentira con el interés de cambiar la historia y convertir a los asesinos en «demócratas» y a héroes y víctimas en repudiados. Este indocumentado dedica su tiempo y nuestro dinero en buscar en cualquier rincón de España calles con el nombre de José Antonio para pedir su eliminación. Y no le importa que la calle esté dedicada a un gasolinero fallecido en 1989 como ha sucedido en la población almeriense de Tíjola.
No hay peor ceguera que la que provoca el odio en un estúpido. Y mayor peligro que sea la misma ley la que proteja sus delirios. Esa ley es la de Memoria Histórica.
Muchas veces defender la verdad es como predicar en un desierto, pero no por ello deja de ser verdad: José Antonio Primo de Rivera fue perseguido y encarcelado antes de la guerra por el ilegítimo y criminal gobierno del Frente Popular que le acabó asesinando vilmente en noviembre de 1936. Pero la maldita ley, que tan orgullosamente mantienen los populares, es tan delirante que es capaz de saltarse hasta las propias leyes físicas del tiempo y hace que los falangistas seamos los únicos que no podemos homenajear a nuestro fundador -mártir por España- donde descansan sus restos.