Por Beni Martínez

Madrid, mis camaradas y yo formados y bien alineados, camisa azul remangada esperando la orden de nuestro Jefe Nacional, las andas con la corona de laurel preparada, cuatro camaradas la custodian deseosos de recibir la orden para cargarla a los hombros…

La orden es trasmitida, los camaradas firmes, tensos, alegres,… Comenzamos a desfilar, ¿Destino? El Valle de los Caídos.

En mi mente resuena su testamento; testamento que es una apreciable pieza literaria, que manifiesta entereza y dignidad: «Condenado ayer a muerte, pido a Dios que, si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia. […] Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia. Creo que nada más me importa decir respecto a mi vida pública. En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta».

Se ha creado un pasillo donde los asistentes al acto, gritan brazo en alto, ¡Arriba España!, con voz fuerte y llena y se escucha nuestro bello himno el Cara al Sol, que resonará siempre como nueva manifestación esperanzada del alma de España.

Soy consciente de que los tiempos han cambiado, este humilde homenaje actual ya no goza de la popularidad de aquel que los hombres y mujeres de España rindieron en aquellos tiempos del traslado de nuestro Jefe al Escorial donde el silencio, desgarrador, austero y respetuoso donde miles de falangistas se dan el relevo día y noche para portar el féretro del ya eterno Jefe Nacional. Las hogueras, los faroles con cirios y los hachones de fuego iluminan la comitiva a lo largo del viaje. José Antonio es recibido con honores de Capitán General. El espectáculo sobrecogedor. Miles de camisas azules: obreros, campesinos, estudiantes, pastores, ferroviarios, militares, hombres y mujeres anónimos que quieren despedir al Jefe Nacional.

Somos conscientes del largo y duro camino que nos espera hasta el Valle de los Caídos, no nos importa, no me importa, una resolución fija en nuestro ánimo: aguantar las inclemencias del tiempo, el dolor de nuestros pies y cuerpo, hasta el alba, hasta vislumbrar la gran Cruz de nuestro objetivo. Somos falangistas- yo personalmente aspirante a falangista-, nuestra formación avanza lentamente. A paso marcial. El silencio nos acompaña. Se van pasando aldeas y pueblos… Izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda ¡Paso!

Seguimos y sigo atravesando la noche por un hombre que decía que la libertad es un valor a cuyo esclarecimiento y defensa han de supeditarse otros valores y estimaciones y que el Estado ha de gozar de todas las prerrogativas necesarias para que la libertad profunda y la justicia social se ahonde y manifieste en las libertades reales, tanto en el ámbito social como en el político.

Seguimos y seguiré a pesar del cansancio porque La Falange y José Antonio son radicales en la persona humana. Seguimos caminando, banderas y guiones por delante, los camaradas nos animamos unos a otros; La luz de la mañana se abre en el cielo, y lo hacemos porque nuestra España sufre por los brotes de separatismo desmembrador, el desenfreno del capitalismo voraz y global, la obnubilación de los valores del espíritu, la contaminación socialcomunista, el parlamentarismo decadentista, y seguimos por la esperanza del advenimiento de una juventud, con intuición histórica, que, al promover el alumbramiento de un orden nuevo entre estallidos de rebeldía, se encontrará con la sorpresa inenarrable que ha inventado La Falange. Y es que parecen como nacidos para José Antonio los versos del poeta de la rosa justa:

<<Sólo lo hiciste un momento.
Mas quedaste, como en piedra,
Haciéndolo para siempre.>>

El día ya está claro, el sol ha salido y lo miramos de cara. Ya hemos llegado, estamos cansados y muy felices.

Articulo inspirado en el libro de Adolfo Muñoz Alonso: UN PENSADOR PARA UN PUEBLO.

La Falange de Barcelona