Este fin de semana hemos contemplado como han vuelto a la escena pública, a golpe de bombo y platillo, dos de los últimos grandes traidores que ha engendrado este, en otros tiempos gran país.
Nos estamos refiriendo a Rajoy y a Aznar. Esos dos ex-presidentes del gobierno de España. Representantes de esa derecha cobarde, liberal, masona hasta las entrañas, que ha contribuido de forma decisiva a romper este proyecto en común que nos dimos los españoles hace siglos. Y han vuelto, como si no pasara nada, como si les hubiera salido gratis su traición permanente y definitiva para alentar, promover y finalmente permitir el golpe de estado contra la sagrada unidad nacional. Como si sus políticas, y las de su partido, corrupto hasta decir basta, no hubieran hecho que los españoles hayamos perdido derechos sociales y laborales, al favorecer a ese gran capitalismo que no conoce de banderas, de Patrias, ni de tradiciones. Ese capitalismo, que decide donde se producen intervenciones militares ilegales por supuesto, o donde se derrocan los gobiernos que se niegan a ser títeres de Washington o de Berlín.
El uno, Aznar, cedió competencias al gobierno separatista de Cataluña y a su entonces representante Pujol, como ningún otro gobierno de España había hecho, sentando las bases para la desaparición casi total del estado en Cataluña. El otro, Rajoy, con un buenismo estúpido y difícilmente creíble, más bien cobardía y traición, permitiendo hasta el último segundo que se promoviera un referéndum ilegal y una situación de enfrentamiento y «desconexión» que sigue en vigor, después de aplicar el famoso artículo 155 de esa Constitución, que lejos de solucionar el problema, nos ha llevado de forma mísera a la ruptura. Pues bien, estos dos personajes son los que ha utilizado el nuevo gurú de la derecha española, Pablo Casado, como reclamo de ese público que parecía disperso a su derecha, pero que le ha aupado a la presidencia del gobierno autonómico en Andalucía, con el apoyo decidido e inquebrantable de ese voto «conservador» que representan las siglas de Abascal, que ha tardado más bien poco en volver al redil de donde surgió y que le ha mantenido sin dar palo al agua, hasta ayer mismo.