Las últimas elecciones generales vuelven a poner de manifiesto que la existencia de las “dos Españas” irreconciliables no es un mito, sino una realidad insoslayable y lastimosa. De hecho, algunos expertos electorales apuntan ya –calculadora en mano- la única fórmula matemática para gobernar España: otro Frente Popular, con actores similares o incluso iguales a los de febrero de 1936; eso, o la repetición de los comicios electorales ante la ingobernabilidad de un país que necesita más que nunca del consenso, en lugar de la división.

Entre tanto, camino ya del ochenta aniversario de su estallido, la Guerra Civil, a la cual he dedicado una trilogía que arranca con Los horrores de la Guerra Civil (Plaza y Janés), prologada por el hispanista Stanley G. Payne, sigue siendo una historia de buenos y malos, según se mire. Durante el franquismo, los “buenos” fueron los nacionales,considerados héroes y mártires de una Cruzada contra “la bestia marxista y masónica” alentada desde el poder.

De “malos” se tildó en cambio a los republicanos, también llamados “rojos”, obstinados en defender un régimen frentepopulista que obtuvo la victoria en las elecciones, en lugar de en la guerra.

Pero desde el final del franquismo, el 20 de noviembre de 1975, han proliferado autores que, con parcial ánimo revisionista, inclinan del lado de los sublevados la balanza de los crímenes cometidos durante la contienda civil.

Como las huellas de la Historia son indelebles, estos historiadores tratan de disimular las atrocidades cometidas en la retaguardia republicana aferrándose a un frágil argumento: en zona republicana, según ellos, la represión se debió a elementos incontrolados que las autoridades trataron de sofocar sin éxito la mayoría de las veces, mientras que en el bando nacional fueron los propios jefes militares quienes ejecutaron un maquinado y meticuloso plan de exterminio que segó las vidas de decenas de miles de civiles. Tergiversación pura.

En los casi tres años que duró la encarnizada lucha, del 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939, y especialmente en los primeros meses de la contienda, hubo que lamentar millares de asesinatos que nada tuvieron que ver con los ideales por los que se luchaba y sí, en cambio, con el odio, la envidia y la crueldad de quienes los cometieron con absoluta impunidad.

Miles de asesinatos

Injustamente para las víctimas con nombres y apellidos, el debate de la represión se ha centrado obsesivamente en un discurso de las cifras, en limitarse a dirimir, muchas veces con sesgo partidista, cuál de los dos bandos asesinó más.¿A qué historiadores se debe creer?

¿A Hugh Thomas, que estimó en 55.000 (antes había dicho que 60.000) los asesinatos registrados en zona republicana y en 75.000 (antes 50.000) los perpetrados en la nacional?

¿Tal vez a Gabriel Jackson: 200.000 muertos (en 1965 aseguró que fueron 400.000) a manos de los nacionales y diez veces menos en el bando contrario, cifras que comparten autores franceses como Broué y Témine, Max Gallo y Pierre Villar, o españoles como Tuñón de Lara y Tamames?

¿Quizás a Ramón Salas Larrazábal: 72.500 víctimas en la retaguardia republicana y 35.500 en la nacional? ¿O puede que a Santos Juliá y a un grupo afín de historiadores: 81.095 víctimas de la represión nacionalista en la guerra y la posguerra en 24 provincias (el doble para el conjunto de España), frente a 37.843 asesinatos en 22 provincias bajo control republicano?

Este vertiginoso baile de cifras ya lo zanjó ingeniosamente el inefable pensador José Ortega y Gasset cuando, recién llegado a París en agosto de 1936, dejó mudo a un contertulio que había admitido las tropelías del bando nacional apresurándose a matizar que eran casi insignificantes comparadas con las de los republicanos: “Mire usted, cuando se llega a lo métrico decimal, mal asunto”, replicó el maestro filósofo. ¡Cuánta razón tenía…!

Ojalá que algún día, más pronto que demasiado tarde, a ejemplo de otros países como Francia, los españoles arrimen el hombro en una misma empresa común llamada España. Para eso debería servir la Historia, con mayúscula, para evitar incurrir en los errores del pasado reciente.

José María Zavala

Fuentehttps://www.actuall.com/criterios/democracia/la-guerra-de-las-cifras/?mkt_tok=3RkMMJWWfF9wsRoiv6vOZKXonjHpfsX77ewqWaa1lMI/0ER3fOvrPUfGjI4CRMJkI%2BSLDwEYGJlv6SgFQ7DCMa9kw7gNXhA%3D