La palabra progreso viene del latín, y significa “camino hacia adelante”. ¿Quién puede estar en contra de una idea semejante? El problema es que este sistema ha pervertido su significado, como con tantas otras palabras nobles y elevadas –libertad, derechos, democracia-.
Cuando hablan de progreso, fíjate bien y verás que no quieren ir o avanzar hacia ningún lugar, sino que están huyendo de algo. Su “progreso” no acaba nunca. Hace treinta años su “progreso” era volar por los aires la familia mediante el divorcio –ahora con el divorcio exprés, dentro de poco con el divorcio obligatorio-. Hace veinte, el “progreso” era hacer creer a las mujeres que matar a sus hijos las liberaría. Hace diez, el “progreso” era el matrimonio gay. Hoy, el “progreso” son las leyes LGTBI, en las que les enseñan a nuestros hijos en las escuelas que hay niños con vulva y niñas con pene.
Porque el “progreso” no es ir a ningún sitio, sino huir de algo.
¿Y de qué huyen? De la civilización cristiana, basada en la familia, en el amor a la vida y en la patria como culminación de los más nobles ideales y de la voluntad de servicio. Basada, en definitiva, en valores espirituales y trascendentes que elevan a la persona y la alejan de la condición animal, que es a donde los demócratas “progresistas” quieren llevarnos, alentando permanentemente nuestros instintos más bajos.
Por eso su progreso no acabará nunca: no pararán hasta destruir, hasta demoler, hasta desmoronar la última raíz cristiana de nuestras vidas. Hasta que no quede piedra sobre piedra. Ayer, el divorcio. Después, el aborto. Más tarde, el libertinaje –lo que hagas, está bien hecho-. Hoy, las leyes que pretenden destruir nuestra identidad antropológica e, incluso, biológica. Mañana, quién sabe qué aberraciones se inventarán.
Pero no han caído en algo. Su progreso no tiene fin posible porque está intentando acabar con lo que somos. Por naturaleza –hombres y mujeres-. Por gracia de Dios –españoles-.
Por eso, aunque tengan todos los medios de comunicación. Aunque tengan el sistema educativo. La publicidad. El cine. La literatura. Las leyes –sus leyes-. Aunque lo tengan todo, venceremos. Resistiremos. Sin duda alguna.
Porque estamos del lado de la verdad. Del bien. De la belleza.
Y la verdad es indestructible. Como las estrellas.