Un hombre joven, de facciones varoniles y expresión noble. Encerrado en una celda mantiene su porte elegante y limpio. La mirada clara y serena. Hace frio, es de noche. Es la noche que precede a la madrugada en que el preso va a ser fusilado. Es 20 de noviembre. Ocupa esta celda de la cárcel alicantina desde el pasado mes de junio, antes estuvo encarcelado, como otros muchos camaradas, en la cárcel Modelo de Madrid.

El preso es José Antonio Primo de Rivera. Su delito, haber querido para España la Dignidad y la Justicia. Sus antecedentes, ser hijo del jefe del Gobierno Miguel Primo de Rivera, por cuya memoria injustamente denostada José Antonio entra en política, dejando de lado su brillante carrera como abogado, su fácil vida de aristócrata, y muchas otras cosas.

cqzsxe0waaask08Por amor a su querida España, por la necesidad vital que siente de justicia social para las clases más oprimidas de aquella España plagada de “enanos“ y traidores, funda un movimiento en el que los más altos ideales y la lucha más sacrificada tienen sus raíces, La Falange. Desde entonces se enfrenta a amenazas, insultos, atentados y asesinatos de camaradas, de los mejores, que como él sienten la emoción de una gran Patria por la que van cayendo uno tras otro.

Perseguido, como dice la canción, por izquierdas y derechas, es encarcelado y juzgado. Y es el mismo José Antonio quien llevó a cabo, en aquel juicio farsa que montaron los demócratas de entonces, su propia e impresionante defensa. Magnifica, valiente y serena, apelando a los fundamentos más nobles de “su” Falange, de “nuestra” Falange. En el juicio iba a intentar defender su vida, que no quería perder porque sabía que tenía mucho que hacer, mucho que luchar, mucho que ofrecer a España, y España lo necesitaba.

Pero más que a defender su vida, se dispuso a defender la de su hermano Miguel. Cuando pudo hablar empezó a hacerlo sereno, con voz clara y ademán preciso, tal y como él era. La tez pálida comenzó a tomar color en cuanto empezó su exposición. En seguida, José Antonio, con su nobleza, su hombría de bien, se hizo dueño absoluto de la situación, dominaba el ambiente. Conoce el procedimiento y pronuncia las palabras habituales, los saludos de cortesía.

Inmediatamente entra a examinar su propia declaración, la que como procesado había prestado en el interrogatorio de que fue objeto para explicar lo que es La Falange, sus fundamentos sociales,  lo que la diferencia de partidos políticos y de otras organizaciones existentes.

En esos momentos habla como el Jefe Nacional. No ya como el brillante abogado que pelea con valor con los que quieren asesinarle a él y a los suyos en nombre de no se sabe qué ley. Es el hombre, el jefe, el camarada, que defiende y expone su doctrina. Habla exponiendo el programa impresionante, humano, justo y elevado de La Falange, habla ante un auditorio de adversarios que han visto en el falangista al adversario irreconciliable, al enemigo a muerte.

Algo le entristece y le angustia porque conoce muy bien al pueblo que tanto ama, a los españoles, los mismos que ni le comprenden ni le quieren, y sabe que la clase obrera, engañada, no va a creer en el programa falangista. Por supuesto, sabe también que las llamadas derechas le tienen por demagogo, revolucionario y peligroso para sus intereses.

Pero tiene fe en su doctrina, en que llegará a los que ahora no quieren ver, oír ni entender, a los que llenos de odio se ablandarán ante la grandeza y la nobleza que La Falange desea para el bien de todos y de España principalmente.

La impresión que produce en los que le están escuchando fue inmensa. Jueces, abogados, publico, todos quedan deslumbrados por este hombre y por la doctrina que defiende con certeza y gallardía. Aquel hombre que así hablaba no era, no podía ser, un enemigo del pueblo…

Sin embargo, el odio del Frente Popular vigila para que la presa no escape. Presiona, acelera el proceso para que se dicte sentencia y que esta sea de muerte.

Y así es, José Antonio es condenado a muerte. Su hermano Miguel, a treinta años de cárcel. José Antonio escucha el fallo con serenidad y con calma. No se inmuta cuando escucha la sentencia que le condena a muerte. Le preocupa el fallo que afecta a su hermano y su mujer. Y una alegría inmensa le llena la mirada al ver que finalmente han salvado la vida… El público y el Tribunal están asombrados ante el magnífico y varonil ejemplo del fundador de La Falange.

José Antonio, como buen abogado y conocedor del deber, cumple el suyo de letrado hasta el último momento. Se le había aplicado el Código de Justicia Militar, y de acuerdo con él, como abogado, solicitó que se procediera a la revisión de la sentencia y que se conmutara la pena impuesta por la de cadena perpetua.

Su petición fue hecha en el mismo tono reposado y normal que le había acompañado a lo largo de todo el juicio, como si no fuera su propia vida la que defendía. La solicitud se rechaza y la condena a muerte se hace firme.

Largo Caballero toma parte directa en el crimen, ordenando telegráficamente que se efectuara la ejecución.

Llega el día de su asesinato, recibe la visita de su hermano Miguel, le dan 15 minutos para despedirse, los hermanos se abrazan y José Antonio le dice a Miguel “Ayúdame a morir con dignidad”. Después, José Antonio se viste para morir, se pone una chaqueta encima del mono azul Mahón y un abrigo. Lleva alpargatas.

Los ojos tristes pero llenos de calma. Va a morir muy joven. Días antes ha redactado un testamento lleno de emoción, de dignidad y de generosidad. Profundamente cristiano, de perdón. “Condenado ayer a muerte, pido a Dios que, si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo, y al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia.”

“¡Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles! ¡Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia!”.

Miguel recuerda los últimos momentos con su hermano; “Tuvimos que separarnos. En la puerta de la celda, pasos siniestros y ruido de fusiles recordaban los terribles preparativos. Nos dimos un abrazo que hubiéramos querido hacer eterno. ¡El último abrazo! Y me dijo serenamente: —Miguel, ¡Arriba España!…”

Ya, frente a las armas asesinas, sereno, pronuncio estas palabras: «¡Ánimo, esto es cuestión de un momento!». Como ferviente cristiano, José Antonio  saca un crucifijo que siempre llevaba consigo y lo besa con devoción. Los fusiles descargan su mortal munición y aun tiene tiempo antes de que su cuerpo caiga sin vida de gritar ¡Arriba España!.

A nosotros sólo nos queda decir:

JOSÉ ANTONIO, QUE DIOS TE DÉ SU ETERNO DESCANSO Y A NOSOTROS NOS NIEGUE EL DESCANSO HASTA QUE SEPAMOS GANAR PARA ESPAÑA LA COSECHA QUE SIEMBRA TU MUERTE”.

Elena Pérez