Nunca tantos debieron tanto a tan pocos. He ahí la descripción que hace Churchill de la RAF.
–Nadie ha tenido nunca tan fácil evitar que se aplique la Constitución.
He ahí la mejor descripción del Estado de Partidos, obra (la descripción, no el Estado de Partidos), sin saberlo, de María Soraya, abogado del Estado y vicepresidenta del gobierno de España (la institución que desde Zapatero está al alcance de cualquiera). Esa descripción debió hacerla Manuel García Pelayo, que sí sabía del asunto, pero le faltó valor.
La Constitución, según María Soraya (quien de haber leído la solapa de Montesquieu sabría que un poder no se detiene hasta que otro lo frena), es la “sinjusticia” de Fray Luis: “Adonde la azucena / lucía y el clavel, do el rojo trigo, / reina agora la avena, / la grama, el enemigo / cardo, la sinjusticia, el falso amigo”…
Los poetas que la redactaron en “Casa Manolo”, un ingeniero agrónomo y un director teatral, pusieron que la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey, pero en la vida real la justicia emana de la ley y se administra en nombre de la ley. Si emanara del pueblo, Puigdemont estaría en prisión, con Borrell de baladista por las calles cantando “The Rising of the Moon”, como en la película de Ford.
La “sinjusticia” va más allá de la injusticia.
Injusticia es echar cuatro años de chabolo por gritar “Cataluña es España” en una librería catalana: el doble de los que les cayeron a las Pussy Riot por cantar en la catedral de Moscú y que le valió a Putin el título de Tirano Universal.
“Sinjusticia”, en cambio, es que un mayor al mando de 17.000 tíos armados y acusado de sedición siga en la calle al mando de lo suyo en plena rumba alrededor de un jamón, que eso es el 155 español, traducido en jarchas del 37 alemán por aquel hermano de Juan Guerra que alcanzó el mismo cargo que María Soraya, que presumía de que nunca le merendarían la cena.
La injusticia, dice gaditanamente Pemán, es concreta y pasa. La “sinjusticia” es vaga y queda.
Ignacio Ruiz Quintano
Publicado en ABC