(Artículo de Navarra Resiste)
En un reciente artículo reflexionábamos en torno a las razones por las que la organización terrorista GRAPO, de carácter marxista-leninista, fracasó en todos los planos; a pesar de sus mortíferas y perversas acciones a lo largo de varias décadas (https://www.navarraresiste.com/2017/05/eta-grapo-y-marxismo-leninismo.html).
Por el contrario, la banda terrorista ETA, quien compartía algunos presupuestos ideológicos, tácticos y estratégicos con el GRAPO, ha persistido hasta prácticamente hoy; alcanzando indudables “éxitos” en sus expresiones sociales (al edificar una verdadera “contra-sociedad”), culturales (imponiendo su apretada agenda en torno al euskera como herramienta de “construcción nacional”), y políticos (conquistando espacios de poder institucional, manteniendo una importante base electoral, y accediendo a la dirección del mismísimo Gobierno de Navarra y principales ayuntamientos de la Comunidad Foral en la estrategia que denominan “cambio de régimen” y que comparte con sus demás socios).
La organización terrorista Euskadi Ta Askatasuna (ETA) nació en el seno del nacionalismo vasco, del que nunca se desprendió, desarrollándose en dos etapas históricas muy concretas: la de los últimos lustros del franquismo y la subsiguiente de la actual “democracia española”. Unas décadas de sorprendente y rapidísima transmutación cultural y social que afectó a todos los estratos de la sociedad, desembocando en un recambio radical de los valores vigentes.
Nacionalista radical y nominalmente católica, en sus orígenes, las sucesivas oleadas de militantes de ETA harán propias las “novedades” ideológicas del momento histórico concreto, procedentes de ciertas lecturas del marxismo y del discurso “tercermundista”. Y todo ello a la vez que “oficializaba” e implantaba como método de lucha (en sus diversas expresiones, especialmente la terrorista que entendía como vanguardia privilegiada y rectora del conjunto del “movimiento”) el marxismo-leninismo.
Poco a poco, con un enorme tesón y una voluntad despiadada e implacable, ETA se consolidará y arraigará profundamente en las sociedades vasca y navarra; ganando no pocas simpatías también entre los siempre minúsculos sectores antifranquistas del resto de España y, especialmente, entre sus formaciones marxistas.
Pero, aunque su ulterior nacionalismo identitario –comunitario e ideológico- sea muy distinto al de sus “mayores” –el PNV-, continuará siendo, ante todo, eso: un nacionalismo radical fundido con diversos ingredientes marxistas en una atractiva mixtura revolucionaria antisistema, que edificará una estructura socio–político–militar de nuevo cuño que, progresivamente, consolidará espacios físicos de contrapoder. En suma: toda una novedosa organización de planta totalitaria.
Esta tesis, es un deber señalarlo, no es compartida por algunos analistas nacionalistas vascos moderados en su día articulados en torno a la ya desaparecida revista digital Goiz–Argi, así como por quien fuera lehendakari José Antonio Ardanza; quienes aseguraban que ETA instrumentalizaría la “cuestión nacional” al servicio de una estrategia antisistema. Se trataría, así, de una “expresión vasca” del proyecto de revolución comunista mundial; unos auténticos enemigos del nacionalismo, en última instancia, según tan peculiar mirada. Lo cierto es que, en el discurso oficial del PNV, hoy día, esta perspectiva extremadamente crítica con ETA, apenas ha vuelto a visibilizarse; si bien debe señalarse, en todo caso, la voluntad de sus actuales líderes en marcar distancias con el “mundo político” de ETA. Pero volvamos a la evolución e implantación de ETA.
Además de su capacidad de afrontar dialécticamente la aparentemente irresoluble contradicción internacionalismo/nacionalismo, concurre otro poderoso factor coadyuvante en tamaño “éxito”, que en realidad es fruto, no tanto de la propia capacidad de ETA, como de la debilidad o falta de perspicacia de otros actores políticos; pero también del oportunismo cortoplacista de otros. Nos referimos a los roles jugados en estas décadas por el Partido Nacionalista Vasco y, en menor medida, por su antigua escisiónEusko Alkartasuna, hoy satelizada por el brazo político de ETA, y el espacio social, político, cultural y mediático que tales atribuyeron, en un momento u otro, a los diversos “brazos” de ETA desde las instituciones administrativas vascas responsables de la génesis y articulación de la vida social.
De tal modo, los diversos brazos operativos de ETA han disfrutado, y siguen haciéndolo, de los nada desdeñables recursos financieros propios de las instituciones públicas que controlaron PNV y EA primero, y HB y EH Bildu, sucesiva o simultáneamente (Gobierno vasco y navarro, Juntas Forales, entes locales…). Un ejemplo entre muchísimos: el PNV siempre ha concebido la euskaldunización de la sociedad –al igual que ETA- como un instrumento privilegiado de la “construcción nacional”; si bien, mucho tendría que explicar el PSE–PSOE al respecto. Diversas investigaciones periodísticas señalaron en su día, sin ser desmentidas jamás, que esa euskaldunización la cedió el PNV, en buena medida, a AEK (Alfabetatze Euskalduntze Koordinakundea); una entidad cuya relación con ETA era innegable, según avalaron igualmente diversas investigaciones policiales y judiciales. De esta manera, y no siendo caso único, el entorno de ETA se ha servido de los espacios públicos; también acaparando numerosas subvenciones públicas.
En resumen, las razones que han permitido la supervivencia de ETA, y que ésta haya jugado, y siga haciéndolo, un papel político decisivo en la España de hoy, son dos: un movimiento social vivo alimentado desde el nacionalismo preexistente, y reforzado por las nuevas generaciones formadas en las ideologías radical-progresistas, y un Estado (tanto en lo que se refiere a las estructuras centrales, como, especialmente, a las autonómicas) en buena medida inhibido y complaciente con los aliados y protectores ocasionales de ETA, lo que le ha facilitado el desarrollo de unos espacios propios de carácter administrativo, pero sobre todo comunitario, en la vida pública.
El PCE(r)-GRAPO, por su parte, no pasó de ser una pequeña organización marxista-leninista muy ortodoxa, extremadamente rígida, e irrealmente dogmática. Tampoco pudo disfrutar de las ventajas de las que desde siempre se ha beneficiado ETA, antes referidas. Ni siquiera estaba anclado en la periferia de un poderoso partido comunista oficial del que poder alimentarse. No en vano, el Partido Comunista de España estaba –lo está– más preocupado en su mera supervivencia que en desarrollar un programa revolucionario clásico. En consecuencia, no encontró tregua alguna ni en los aparatos del Estado ni en los medios de comunicación.
También debemos señalar que, en el supuesto de ETA, disfrutó de múltiples complicidades externas en algunas etapas de su historia. En los últimos años del franquismo, diversos sectores de la izquierda la admiraban sin disimulo; no en vano ETA era, de todas ellas, la organización más “decidida” (por brutal). El mito sobrevivió durante años, de modo que esos intelectuales, y demás izquierdistas complacientes, tardaron muchísimo en realizar una autocrítica que no todos asumieron (Eva Forest, fallecida el 19 de mayo de 2007, y Alfonso Sastre, todavía hoy, son dos de tales recalcitrantes más representativos). Todo ello a pesar de que muy pronto pudo advertirse que ETA no se disolvería con la instauración de la democracia “española y burguesa”: no en vano, su objetivo no era tanto la caída del franquismo, como la implantación simultánea de la independencia y el socialismo en el País Vasco y Navarra. Y en ello siguen.
Otras complicidades lo han sido, y continúan siéndolo, de carácter exterior/internacional; lo que se acredita, a día de hoy, por el acompañamiento coreográfico de la denominada “ceremonia de Bayona” del pasado 8 de abril y sus tentáculos que siguen desplegándose en torno a “los presos” con tantos figurantes y demás autodenominados “artesanos de la paz”.
Además de la existencia de esos factores ideológicos y de contexto, la supervivencia de esta banda también se debe a buenas dosis de voluntarismo cuajadas en sucesivas reestructuraciones y “perfeccionamientos” de su siempre complejo modelo organizativo; por no mencionar los innumerables esfuerzos de tantas otras organizaciones de su entorno en coadyuvarla.
Por otra parte, ETA siempre ha aprovechado al máximo cualquier circunstancia externa que pudiera favorecerle de alguna manera. Es el supuesto de los diversos periodos de “tregua” que anunció sucesivamente; hasta la terminal de todas ellas, que nos ha arrastrado a un nuevo escenario en el que ETA ha perdido su protagonismo como organización terrorista y “de vanguardia” del conjunto del MLNV, en beneficio de una acción política “clásica” sin renunciar a la presión callejera, la consolidación y extensión de sus espacios comunitarios -avaladas por ayuntamientos y otras administraciones públicas- y a una ofensiva en toda regla por la elaboración de un “relato” acerca del terrorismo, desde una perversa perspectiva de equidistancia moral, que les “absuelva” de sus responsabilidades políticas y morales. Y todo ello sin renunciar a los efectos “colaterales” de un terrorismo que continúan pervirtiendo la vida cotidiana de amplios sectores de las sociedades vasca y navarra.
Tan dramática y sangrante realidad no hubiera sido posible sin la ceguera y permisividad de los sucesivos gobiernos centrales, tanto del PSOE como del PP; incapaces en diagnosticar el calado real del problema o atemorizados ante la magnitud del mismo.
Por todo ello, esa afirmación tan común que asegura que “ETA ha sido derrotada” es una completa falacia.
Sila Félix