Desde niños nos manipulan la conciencia, intentando convencernos de que la Justicia, la que se escribe con mayúsculas, es ciega, pero no dejan de darnos pruebas de que la realidad es bien distinta. El Presidente de la Comunidad de Valencia, Francisco Camps, fue investigado por aceptar trajes como pago a sus chanchullos “democráticos”, pero no encontró el Tribunal pruebas suficientes que demostraran que los trajes habían sido regalados como pago al mamoneo del político. Recientemente hemos visto como todos los estamentos implicados en el juicio contra Urdangarín sacaban un conejo de la chistera para tratar de librar a la Infanta de comparecer ante la Justicia, trayendo a colación la doctrina que absolvió al Presidente del BBVA. Es extraño que la misma circunstancia en la que ahora se encuentra la Infanta, estaba la tonadillera Isabel Pantoja no hace mucho, pero a esta si la empujaron a galeras para dar ejemplo a la sociedad. Porque el ejemplo nunca se da con los poderosos, aunque en este caso los dos ejemplos sean la muestra de dos realidades distintas, pero que dan asco. El tonto del puñetazo a Rajoy no creo que llegue a pisar una cárcel, un puñetazo entre guardaespaldas que rodeaban al Presidente en medio de una crisis terrorista de grado 4. Casi nada. Por supuesto nada pasa con los “anti sistema” que acorralaron y apalearon a miembros de las unidades anti disturbios del Cuerpo Nacional de Policía durante una de las innumerables algaradas que los votantes de Podemos han protagonizado en Madrid en los últimos meses.

No cumplirán pena los que abuchearon al Jefe del Estado, precisamente durante la final de la Copa del Rey, ni cumplirán pena los africanos que destrozaron Salou durante los disturbios protagonizados por sin papeles que arrasaron la ciudad apaleando a todos los ciudadanos blancos que encontraron a su paso. No cumplen condena los negritos que orinan sobre la Guardia Civil desde las vallas que guardan nuestras fronteras en Ceuta y Melilla.

Aquí no cumple condena nadie, o casi nadie. Porque en todo este maremagnum de casos que no conllevan condena, hay uno que es especialmente insultante, por lo politizado del acto, porque los presuntos autores ya están cumpliendo condena mucho antes de ser juzgados. Me refiero a los imputados por lo que se ha bautizado con el nombre de Caso Blanquerna. Su único delito, gritar bien alto que Cataluña es España, pero no se han ido a gritarlo a Barcelona, no ha viajado en la provocación, ni se han dejado llevar por el odio o el rencor. Lo han hecho en Madrid, en la Libreria Blanquerna que sirve de sustento al delirio separatista, que pone un reto sobre la mesa de manera constante. Jóvenes sin mas antecedentes que los de sentirse profundamente españoles y, precisamente por eso, perseguidos con saña por un sistema que los odia a muerte.

Diecisiete años solicitan para cada uno de los arrestados en una protesta pacífica en el que el único conato violento lo protagonizó uno de los asistentes a la conferencia separatista. Diecisiete años que argumentan en cuatro delitos y tres faltas inexistentes. Mil veces habré visto el vídeo del llamado Caso Blanquerna, en el que se escuda la acusación para solicitar las penas, y en ninguna de ellas consigo ver una sola agresión, mucho menos tres.

Veremos que nos depara la vista oral, pero el circo ya ha empezado. Por desgracia, contra las posiciones patriotas, que se sienten orgullosas de su españolidad, y que presumen de ella, vale todo, absolutamente todo. Estoy completamente seguro de que esta semana que ahora empieza tendremos ocasión de ver como la prensa escupe su rencor y su sectarismo sobre la opinión pública. Una semana, más o menos, durará la fantochada, pero el resultado, salvo que los jueces admitan pruebas distintas a las del ministerio fiscal y las acusaciones particulares, cosa que me temo que no será fácil, ya está visto para sentencia, porque los acusados han cometido el peor de los delitos que puede cometer un criminal, su amor a España, y eso, desde este sistema de dignidad corrupta y ausencia de valores, no se perdona con facilidad.